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jueves, mayo 20, 2004

Brevísimo ensayo sobre la realidad onírica de los no videntes 

En realidad todo depende del horrible destino que te tocó en suerte (o en desgracia). A veces es preferible haber nacido ciego y no extrañar. A veces es mejor saborear un poquito de la luz, rebotando cálida y fría, esquiva y contundente; y rememorarla con un nudo en la garganta.

Es por eso que los que se han vuelto ciegos después de disfrutar de los colores sueñan con recuerdos. Le añaden a su esqueleto onírico las pinceladas que aún mantienen frescas en su mente. Lo interesante es que además le incorporan olores, sonidos, hasta texturas. Todo eso que para nosotros pasa desapercibido, para ellos constituye los elementos esenciales de un mundo en el que jamás tendremos cabida. Y así hay veces en las que no quieren despertar. No distinguen la línea entre la vigilia y el sueño profundo, sólo se dan cuenta cuando su mundo se apaga, cuando los colores se silencian y los sonidos se diluyen.

Pero los que realmente nos competen son los otros. Los que no tuvieron ni una chance, los que nacieron sin verle la cara a su mamá. Sus deditos regordetes aprendieron a tantear antes de agarrar la teta, sus oídos escuchaban cada ínfimo ruido y por eso lloraban tanto.

Ellos sueñan despiertos. Sueñan cosas que nosotros jamás percibiríamos. Una rosa para ellos es terciopelo con aroma a maravilla, con forma de hamster tembloroso, de color inimaginable. Un puñado de arena es polvo tibio de cosquillas, con olor a sal de esa masa de susurros que moja y corre entre los dedos. Una caricia en la mejilla es un beso tímido, suavecito y tenue.

Y cuando sueñan sus realidades, las realzan. Las embellecen, las iluminan, las contemplan con sonrisas quedas y ojos húmedos. Los ojos más vivos del mundo.

Tonight's song: Dream a little dream of me - Diana Krall cover. Best served with: buscá a alguien que te lea esto y cerrá los ojos mientras escuchás.



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