<$BlogRSDUrl$>

lunes, septiembre 12, 2005

La vida es pesadilla 

Después de los primeros dos o tres episodios se dio cuenta de que el suplicio comenzaba cuando atravesaba la reja verde. Se sentía algo así como un saco de arpillera relleno de bulones gruesos, cayendo desde el marco y depositándose en sus hombros. Los cuatro pasos que significaban llegar hasta la puerta de madera barnizada se le antojaban eternos, caminando sobre baldosas oscuras que enfangaban sus zapatillas y la hundían hasta el muslo. Siempre le quedaba esa sensación de no poder llegar hasta el descanso de mármol, de terminar ahogándose bajo el peso de la bolsa, asfixiada. Pero, desafortunadamente, siempre llegaba.

Llegaba para dar comienzo a la peor parte, como si fuera una actriz principal cuya presencia es indispensable para dar curso a la escena. Un frío gélido la envolvía mientras cruzaba el living y dejaba su bolso de trabajo en el sillón, pero mantenía los bulones incrustándose en las clavículas. Se sentaba a una mesa usada, sucia, triste como sentarse en una cafetería y ver los despojos del comensal anterior,signos claros de un buen momento que se acabó. Y cada bocado de esa comida que se le presentaba, magra y recalentada, vieja y seca, tenía el regusto metálico que te deja la sangre cuando te mordés la lengua para no largar la catarata de secretos.

A un costado, una persona que en el sueño parecía ser su madre. Un ser pálido y ojeroso, con semblante cansino y gris, que prendía un cigarrillo detrás del otro y tiraba las colillas dentro de una caramelera gigante, repleta de ellas. Y detrás, confundiéndose con el humo de los cigarrillos, una silueta negra, profunda y encapuchada, se movía como riéndose, aunque del hueco de su ropa sólo salía el silbido ahogado de un pecho consumido por la nicotina.

Todas las veces cenaba con miedo, con la espalda tensa y las manos secas y frías, y todas las veces el estómago se le contraía en espasmos dolorosos y puntadas laceradas. Huía, siguiendo su instinto, hasta la que sentía que era su habitación. El frío se intensificaba y su aliento se disolvía en vapores blanquecinos, mientras se desvestía como podía y se enfundaba en un pullover rojo enorme que al instante le inflamaba los ojos y le llenaba de agua la nariz.

Pero lo peor de todo llegaba cuando finalmente se deslizaba bajo las sábanas. Lo que se sentía como miles de sanguijuelas latientes, viscosas y negras, se le adherían al cuerpo, haciendo audibles sonidos de succión; mas cuando pasaba las manos para quitárselas, sólo tocaba su propia piel. Así pasaba toda la noche en vela, sintiendo cómo las alimañas la vaciaban, voraces y constantes.

Llegaba el alba, se levantaba congelada y se metía en la ducha, de la que salía agua hirviendo que maceraba lentamente sus pies amoratados. Se abrían llagas instantáneamente, supuraban, se lavaban, se cerraban y volvían a abrirse, mientras inspeccionaba en su cuerpo las marcas invisibles, insomnes.

Se vestía apresuradamente y apresuradamente corría hasta la puerta, con el cuerpo cada vez más liviano y los pies más ágiles. Y siempre despertaba cuando atravesaba la reja verde de esa casa que no tenía dirección.

Tuvo el mismo sueño por veintidós años.

Hasta ayer, cuando le indicó al remisero cuál era su casa. Esa de rejas verdes y puerta de madera, que pare ahí, que cuánto es.

Tonight's song: Home Sweet Home - Los Pericos. Best served with: anotarse la calle y el número en tinta china sobre la piel.

This page is powered by Blogger. Isn't yours?