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jueves, marzo 16, 2006

El verano, según pasan los años 

Ya volvimos de las vacaciones, ya tenemos todo un nuevo año lleno de obligaciones y responsabilidades por delante, ya nos gastamos todos los días y no nos queda ni para un fin de semana en Mar Chiquita. Buen momento para no aflojar, y hacer un pequeño balance de nuestros veranos, según pasan los años.

Infancia

Te vas con tus papás a Mar del Plata. Cargan el auto, cargan el techo, cargan a los abuelos y a tu primito que siempre se acopla, y encaran la ruta. El viaje es largo, tedioso y caluroso; en el vehículo hay por lo menos cuatro individuos que no controlan esfínteres (incluyendo a tus abuelos, claro) y los asientos del Ford son pegajosos y calientes. La marca que tenés en el hombro, que siempre te dijeron que era de nacimiento, fue cuando a tu mamá se le volcó el matelisto encima tuyo. Cuando finalmente llegan al departamento, no tiene ascensor ni en pedo. Tus abuelos consideran montar una carpita en la entrada, porque no van a poder subir ocho pisos por escalera todos los días. Vos sos chiquito, así que ni te enterás de las pequeñas disyuntivas.
Hasta la playa son doce cuadras, así que todas las mañanas te untan en protector factor 80.000, te ponen la malla y a patear, negro. A esa edad todavía te pueden entretener con versitos boludos para que no mariconees al caminar, del tipo "Uno con dos, se hacen tres, camine derecho no tuerza los pies" y similares. Papá lleva la heladerita, mamá la sombrilla, el abuelo las reposeras y la abuela la última edición de Selecciones del Reader´s Digest y dos novelas de Corín Tellado. Siempre fue una cómoda, la muy forra. Vos llevás tu circunstancia, tus ojotas insufribles y tu barrrenador de telgopor, mientras tu primo te da tincazos en la nuca cada vez que pasa un Fitito.
Llegan a la playa, el mar está frío, sucio, lleno de iodo. Tu abuela, chocha: "Hace bien a los huesos, vamos al mar mi amor". Ella se para en la orilla a echarse agua con las manos, mojándose los hombros a la manera de Coca Sarli. Vos cazás el barrenador y le das sin asco. Te llevás puesta a una señora y a su perro, que seguro te ataca un tobillo. Se arma el toletole. Mientras vos te hacés amigo del can, tus viejos y la señora discuten a grito pelado la inconsciencia de traer perros a la playa. Tu abuelo no quiere terciar en la discusión, así que levanta el Clarín hasta taparse los ojos y de paso se raja un pedo silencioso, que aunque no oído, es olido por la mitad de la concurrencia.
Llega la hora del almuerzo: sandwichs para todos. Este menú se repetirá durante los 15 días, mechando choclos con manteca, pochoclos, palito bombón helado, pirulines, barquillos, manzanas acarameladas incomibles y gaseosas cola de segunda marca.
Pasás la tarde paleteando con tu primo, molestando a las chicas de la sombrilla de al lado, y apenas se levanta un poco de viento, tu mamá se queja del clima y levanta campamento. Llegan al departamento con medio kilo de arena en cada bolsillo, las bolas paspadas y los pies con ampollas. Nadie se quiere bañar, menos cuando hay que esperar que la garrafa caliente el agua. Mientras la abuela cocina, mamá lava la ropa del día y papá y el abuelo juegan al truco, apostando porotos.
A la noche van a dar la consabida vuelta por el centro. Tu mamá mira camperas en liquidación, tu papá mira cuchillos y chalecos de cuero patagónico, tu abuelo los equipos de pesca y tu abuela los adornos hechos con caracoles que rezan "Recuerdo de Mar del Plata". Vos y tu primo sólo lloriquean, hasta que los llevan a los fichines. A las once de la noche ya están durmiendo, sudando porque no hay ni ventilador, compartiendo camas marineras con los abuelos.
A partir de la noche siguiente, te clavarán con los gerontes y se irán al casino sistemáticamente. Dependiendo de cómo gire la ruleta de la vida, volverán con una caja de alfajores Havana, o volverán diez días antes porque la guita que les queda no les va a alcanzar ni para llegar a Chascomús a gas.

Preadolescencia
Como a tus viejos les quedó la guita clavada en el corralito, o les pesificaron la deuda, no van a poder ir de vacaciones a ningún lado, así que probablemente te internen en una colonia (como ir al colegio, pero sólo con clase de gimnasia y almuerzo).
El almuerzo es un sandwich de mierda (sí, se repite la variable de tu infancia), la merienda es un jugo Baggio pasado y un alfajor Guaymallén de 15 centavos, aunque en el folleto digan que "les brindamos a los chicos una nutrición completa y balanceada que repondrá las energías que gastarán divirtiéndose en nuestro complejo deportivo".
Los profesores son densos y competitivos, y se pasan más tiempo hablando de cosas de grandes que mirando cómo te sobresale el hueso de la pierna que te acabás de quebrar cuando te tiraste de la acacia del parque.
Como no te dan mucha bola, te empieza a surgir el diablo infantil y cruel que llevás dentro, e ideás nuevas maneras de torturar a seres vivos simplemente por el hecho de que sos bastante miserable encerrado en ese club. Por eso, metés gatitos recién nacidos en una bolsa y los cagan a piedrazos, bajás palomas con gomera, pinchás mariposas con alfileres y ponés cigarrillos de contrabando en la boca de los sapos "muy venenosos" que rondan en el pasto.
Lo bueno es que tenés pileta, lo malo es que tenés que pasar la revisación: tenés que estar bañado pero con el pelo seco, tenés que hacer una cola de dos cuadras para que el doctor -seguramente gay- te revise, tenés que presentar carnet y ponerte a rezar. Si pasás, transcurrirás la tarde chapoteando y cargando al que se queda afuera por piojoso, sucio, por hongos en los pies o por tener las uñas o el pelo demasiado largo.
En la pileta, el que se olvidó las antiparras tiene los ojos a la miseria, los cagones no van a lo hondo, los valientes se tiran haciendo piruetas, al gordo le canjean alfajores por una tirada bomba que moje a la guardavidas, que encima está más buena que el dulce de leche, y vos muy campante, flotando, tirándote gases submarinos que emergirán en forma de burbujas hediondas y tocando las partes de tus compañeritas más desarrolladas.
Es dentro del cálido ambiente fraternal de la colonia en que se empiezan a jugar los primeros semáforos, los primeros juegos de la botella, los primeros juegos de la copa al atardecer antes de que tus viejos te pasen a buscar. Es ahí donde por fin vas a tocar otra boca que no sea la tuya propia, o la de tu perro que te da lengüetazos cuando volvés del colegio.Es ahí que se aprenden las reglas básicas de conquista que luego se repetirán durante toda tu vida: el fachero liga minas, al feo siempre le toca verde en el semáforo o un beso en la mejilla, dado con asco, cuando la botella lo apunta. Las nenas ya son un poco más zarpadas, ya tienen tetas y las hormonas a full, así que sería bueno aprovechar eso y enseñarles "eso que me enseñó mi hermano Alejandro, que tiene 19 años y está de novio". A veces funciona.
El que nunca funciona es el padre que siempre llega una hora y media tarde a buscar al hijo. El pobre crío ya está pensando en quedarse a vivir en el club hasta que empiecen las clases, por lo que va robando enlatados de la alacena de su madre, no sea cosa de que lo encuentren seco por inanición atrás de las parrillas.
La señora que atiende en el buffet es un ogro sucio, despeinado y grasoso y seguramente habla castellano con mezcla de otro idioma desconocido. Nunca te destapa las botellitas de Coca que le comprás, los pebetes que prepara tienen un aroma extrañísimo y muy rara vez se afeitará los bigotes. No usa cofia ni redecilla, con lo cual todos los alimentos que expende contienen alta cantidad de pelos grises entremezclados en la mayonesa.
Lo mejor de la colonia, lejos, son las bellas melodías y profundas letras que aprendés, que te acompañarán por muchos, muchos años. Paso a enumerar las más conocidas piezas populares:

"La Isla de los Wittys"
En la isla de los Wittys
Trafican marihuana
La concha de tu hermana
La quiero

El padre hijo de puta
La madre prostituta
La hija tiene un novio
Pajero

Los chicos las esperan
Con pijas de madera
Para metérsela a
Cualquiera

"Breve Melodía Gaseosa"
El pedo
Sucundún, sucundún
Es un aire pasajero
Sucundún, sucundún
Que se escapa del agujero
Sucundún, sucundún
Sin permiso del portero
Sucundún, sucundún
Y que anuncia la llegada
Sucundún, sucundún
De la próxima cagada.

"Finales encontrados"
Pican pican los mosquitos
Con bastante disimulo
Unos pican en la cara
Y otros pican en el
Cuando yo era chiquitito
Me mandaron a la guerra
Como no sabía nada
Me mandaron a la
Mi hermanito toca el piano
Con el profesor Pirulo
Cuando el profesor se agacha
Se le ve todo el
Cumpleaños de mi hermana
Una chica en bicicleta
Como no tenía manos
Manejaba con las
Teeeeeeeeeerminó.

Y similares piezas incunables, de gran valor cultural y alta tasa de palabrerío soez totalmente gratuito. Verdaderamente, un tesoro del conocimiento.

Adolescencia
Te vas con tus amigos, solos, por primera vez. Consiguen un chalet derruido en la mitad de la nada, a ochenta cuadras de la playa, con dos habitaciones y un baño. Sí, lo ideal sería que alquilaran entre 4 personas, pero desgraciadamente sos un ser muy sociable y pobre, con lo cual esa edificación alberga a 13 muchachos, contando a tu primo, que se sigue acoplando. Tu vida vacacional se resume en una sola cosa: contar los minutos que faltan para entrar al boliche. Para hacer pasar el tiempo más rápido, te enganchás en actividades comunes que involucran a personas del sexo opuesto del mismo grupo etario.
Un clásico ejemplo son los fogones. Elementos indispensables para llevarlo a cabo: un cajón de manzanas; un encendedor; una noche de poco viento; un amigo que sepa tocar El Oso en la criolla; un par de porros; un equipo de mate y snacks varios, salados o dulces, para paliar el bajón.
Una vez que entrás al circuito bolichero, difícilmente conozcas cómo se ve el cielo a las dos de la tarde, dado que no ponés un pie fuera de la casa hasta pasadas las seis. Este sistema presenta cierta coherencia, ya que la guita que gastás en el boliche, probando impronunciables combinaciones alcohólicas, no la gastás en almuerzo. Menos si más de la mitad del grupo tiene un revuelto gramajo de vómito contenido en el estómago.
Llevan pelotas de todos los deportes, aunque sólo los vean por ESPN. El instinto gregario los obliga a armar equipos, cuando en su puta vida levantaron el culo de adelante de la computadora. Seguramente tendrán la mala leche de enfrentarse con un equipo de volley integrado por cuatro jugadores de la Selección Nacional y dos de la reserva del Seleccionado Italiano; con lo cual pasarán vergüenza, recibirán pelotazos a la nariz y huirán, con la cola entre las patas, a meterse al mar "para sacarse el calor" (y desaparecer, si es posible).
El cuidado del hogar temporario no se les da muy bien. Rompen dos camas marineras por tirarse a lo bestia el primer día, no sea cosa de dormir en el piso durante el resto de la quincena. El baño se tapa apenas llegan, porque todos contuvieron las ganas durante el viaje en micro. Ni hablar de la cocina, ese cementerio de voluntades truncas. Llevaron polenta, arroz y enlatados desde su casa (como si en la costa no hubiera supermercados), pero no saben cómo prepararlos. Son capaces de comer polenta cruda, antes de leer el envase. Prefieren gastar tiempo y plata en adquirir vodkas dudosos, energizantes de marca y petacas varias, que guardarán de souvenir de este verano para el recuerdo.
Los platos de la casa, que por supuesto no alcanzan para todos, se lavarán, con suerte, el último día, sólo porque cae la dueña del lugar y los obliga, bajo amenaza de llamar a la policía. Al respecto, cabe agregar que siempre hay uno que sabe cocinar y limpiar el baño porque fue boy scout, y es explotado por todo el grupo, o de lo contrario se le hará un vacío y nadie le hablará hasta que el inodoro no rebalse de materia fecal.
Hay una baranda a huevo imposible de soportar, que seguirá ahí el año entrante. Se vuelve peor cuando la mitad del grupo es muy sucio y no se baña al salir, sólo se echa desodorante a lo bestia y pretende "dibujarla". Si viene gente ajena a las amistades al chalet, se le mentirá diciendo que el olor viene "del tanque de agua de la casa de al lado, se ve que no lo limpian hace mucho". Si logran ponerla durante las vacaciones, será con una muchacha lo suficientemente borracha como para que no note el hedor, las cucarachas y los calzones con palometa revoleados sobre la desvencijada cómoda.
Se hacen amigos de gente del interior, que es chapada, curtida, cogida y posteriormente olvidada, a menos que alguno se enamore mal, con lo cual joderá durante todo el año y hasta organizará encuentros que demandan un día entero de viaje sólo para ponerla. Siempre serán recordadas como "las chicas de Rosario", "las cordobesas", "las de Venado Tuerto", "las mendocinas" y similares. Generalmente, son las mismas féminas que lograrán poner un poco de orden en la casa, bajo promesa de que ustedes, los porteños, harán un gran asado para despedirlas, cosa que nunca sucederá.
Estas vacaciones serán tema de conversación durante todo el año, rememorando anécdotas divertidas sólo para los que las vivieron, y será olvidado al año siguiente, cuando repitan la hazaña y vivan nuevas aventuras.

Adultez
Indefectiblemente, vas con tu pareja, y una pareja amiga. Sí, seguís tan rata como siempre y no te da el sueldo para irse solos, así que compartirán gastos. En esta etapa de tu vida prometés asados y los cumplís, porque ya tenés a una señora esposa o similar que te machaca las pelotas a reproches hasta que vas a comprar el carbón y las mollejas.
Aún en plan gasolero, se las arreglan para comer, casi todas las noches, en restaurantes temáticos de precios exhorbitantes y mozas exhuberantes. Recibís más de un codazo por pispear una teta indiscreta, lo que te dificulta la digestión. Ni hablar de que esa noche no la ponés ni en pedo.
Van temprano a la playa, para aprovechar el día. Las minas se echan a tomar sol, embadurnadas hasta por debajo de la malla en aceites aceleradores de bronceado que las colorearán de manera poco natural. Los flacos hacen jueguito en la arena, mironeando cuanto pavo o par de lonjas estén reposando o bamboleándose en un radio de cien metros. Para compensar un poco, se hacen los mimosos sobre la lona, manoseándose sin pudor mientras la Doña Rosa de la carpa de al lado se cubre los ojos con la última revista Gente. Llevan el equipo de mate, galletitas de agua (porque las minas creen que pueden remontar un año de comida chatarra cuidándose dos meses antes) y edulcorante. A ustedes no les importa el cuerpo, así que mientras ellas se ahogan en baba, ustedes clavan churros rellenos y bañados de chocolate. Ninguna amaga a pedir uno, porque no quiere quedar como una gorda delante de la otra. Cuando se producen para salir, mandan a espiar a los muchachos para ver qué se pone la otra, o preguntan, muy al pasar "Che, Maru, qué te vas a poner?" "Algo sencillito, si total vamos acá nomás…" Cuando tu mujer sale con el jean estropeado y la musculosa más chota, la otra tiene puesto un conchero y plataformas con brillantina. Con el moco colgando, tu mujer acusa "voy a tener frío, mejor me cambio" y se tira el ropero encima. Vos y tu amigo clavan bermudas caqui, mocasines sin medias y chombas pasteles, mezclándose con el hombre promedio de la costa.
Antes de ir a cenar, pasean por las ferias artesanales. Ustedes no pueden evitar pensar "qué manga de vagos hippones drogones ladrones". Ellas compran velas aromáticas, sahumerios hindúes, pulseras de semillas, collares de troncos, aceites corporales, esencias relajantes, sales para baño, adminículos de cocina que jamás usarán, esculturas en fósforos y cualquier cosa que carezca de utilidad.
Cuando se cansan de la playa, hacen excursiones. Conocen los bosques energéticos, el faro, el casino, el museo del fundador de la ciudad, el casco histórico, los barrios conchetos, terminan comiendo torta en alguna repostería austríaca, suiza o alemana. Estas salidas son indispensables, para comentarles luego a sus parientes "no sabés qué maravilla, el faro tiene 864 escalones, los conté uno por uno", o "gané 700 pesos en el Black Jack, hay que tener mano para esas cosas…", acompañados, por supuesto, de las fotografías correspondientes.
Cuando cae la noche y vuelven al departamento, es inevitable: ponen música bossa al mango, se despiden y van a sendas habitaciones. Entre tema y tema se escuchan un par de gemidos, y las mujeres rezan por no cruzarse en el baño cuando van a higienizarse. La misma regla se cumple cuando tienen que ir de cuerpo; la música está siempre al mango, para que no se escuchen los gases. Los hombres, menos hipócritas, festejan sus flatulencias y hasta compiten para ver quién logra mayor estruendo.
Volverán al ritmo de la ciudad más bronceados, más gordos, con la digital repleta de fotos en pareja, tomadas por la otra pareja por supuesto, y aburrirán a sus compañeros de trabajo una semana entera comentándoles los pormenores de sus alucinantes vacaciones. El año que viene, prometen irse a: 1. Brasil. 2. El sur.

Tercera Edad
Si tuvo la suficiente suerte, amarrocó lo suficiente como para bancarse un departamentito en Mar del Plata, al cual acudirá con Estela, su mujer, en marzo. Claro, antes fueron sus hijos y sus nietos, la prueba está en la comida pudriéndose en la heladera, o las hormigas en la cocina, o las cucarachas en el baño. Estela se desloma tratando de poner orden, mientras usted toma mate en el balcón y lee La Nación, porque el Clarín últimamente se convirtió en un pasquín barato.
Van a la playa apenas despunta el sol sobre el horizonte, porque usted no puede broncearse después de haberse operado los lunares esos que tenía en la espalda, y su mujer es tan blanca que no le alcanza ni con un traje de astronauta para no quemarse. A esa hora no está ni el guardavidas, así que se sientan en las minireposeras que llevaron y mientras ella resuelve crucigramas, usted otea el mar, cavilando profundamente. Tan profundamente que se queda dormido con el mate en la mano.
A las diez de la mañana están de vuelta en el departamento, y almuerzan ahí. Después de las comidas de dieta, se tiran a dormir la siesta. Vuelven a hacer todo el trayecto a la playa a las cinco de la tarde, esta vez con alguna facturita, "total, viejo, estamos de vacaciones, una medialuna no nos va a hacer mal, además cuando estás relajado la comida te cae mejor". Después de la merienda, efectuarán largas caminatas por la orilla, discutiendo el panorama mundial, parándose al borde de una cancha de tejo, o maravillándose de lo gracioso que es ese labrador que se baña en el mar, sin correa.
A las siete, como muy tarde, están bañándose. A las ocho, cenando. A las nueve, mirando la novela. A las diez, durmiendo.
Mechan un poco de excitación a la cosa cuando van al bingo, por el cual su mujer se desboca. Ganan diez o veinte pesos, que gastarán en regalitos para los chicos o novelas policiales malísimas, de esas en las que el asesino siempre es el mayordomo, de una feria de libros usados.
Esa rutina se repetirá durante los 15 días, hasta que, hartos de estar más al pedo que en la ciudad, vuelvan con soporíferas historias para compartir con sus hijos, que a esa altura del año ya están con mil quilombos de laburo en la cabeza y le prestan muy poca atención. El único que se alegra de verlos es su nieto, porque sabe que vuelven con mercadería fresca (alfajores, Havannets y un postre Balcarce de dulce de leche). Repiten por enésima vez el discursito de "ya nos podríamos quedar a vivir allá, total acá no tenemos nada que hacer", pero saben que no pueden vivir sin estarle encima a su familia, así que el año que viene volverán a pasar las mismas vacaciones.

Sea cual sea la etapa por la que está atravesando, querido lector, sepa que cualquier vacación es mejor que quedarse transpirando la camiseta en la ciudad.

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