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martes, septiembre 02, 2008

Her navel is clearly an outtie 

En la cajita siempre hay varios rectángulos de papel, de diferentes gramajes, texturas y colores. Algunos están casi deshechos, otros conservan la lozanía del cartón casi plastificado, del certificado con holograma incluido que asegura que ese ticket ha sido adquirido por algún servicio de gestión de entrega, que es delivery, que no wonder también se traduce como parto.

Antes de que los toque el fuego, antes de que el aroma inconfundible del fósforo preludie el final tipicón, la cajita vomita las facturas de los momentos.

Dos tickets a un conocido complejo de cines, rodeado de muertos enterrados y de vivillos con ramitos. Función de viernes trasnoche, probablemente post primera cena algo incómoda. Una comedia olvidable, generalista, algo para hacer pasar el tiempo hasta que uno de los dos se abalance sobre el otro.

Dos tickets a un teatrucho de varieté de Congreso, con sillones tapizados de borravino y olor a humedad y polvo de alfombra, asentándose hace años. Un señor que cree haber hallado el secreto de la hilaridad incontenible en la aliteración constante de palabras soeces y el desfile tristón, ajado, de dos travestis que intentan ponerle una cuota de exotismo a la deslucida locación. Algunos realmente se divierten con esas muletillas desgastadas y ese timbre de voz aguardentoso. Otros, visiblemente fuera de su zona de confort, esbozan sonrisas que acompañan carcajadas y por dentro se fuman la ocasión con estoicismo.

Dos tickets a un recital de banda local de proyección internacional (…latinoamericana, vamos, en NY no los conocen), al siempre convocante Parque de la Luna. Lo que se entiende como campo es una marea cadenciosa de cuerpitos adolescentes y no tanto, que arrecian contra la orilla de la valla cada vez que la sucesión armónica lo amerita. Algunos adoran nadar allí. Otros lo consideran una mera sopa y no logran abstraerse del contexto para entender lo que sucede sobre las tablas.

Dos tickets a un complejo habitacional, en algún pueblo de mediano reconocimiento de la Provincia de Buenos Aires. Un lunes feriado que automáticamente insta a la escapada bovina, a la naturaleza de anafe y cama cucheta, al asombro prefabricado de los foráneos ante la demostración de la particularidad del lugar (la paella más grande, el dulce de leche más dulce, la bola de fraile más turgente, las enredaderas más pegajosas, you name it). Algunos adquieren navajas suizas antes de la partida, mientras preparan con meticuloso afán el equipo de mate. Otros, prefieren comprar analgésicos y un par de libros.

Mientras todas las parejitas arden, se achicharran y ennegrecen, mientras van desapareciendo entre brasas minúsculas y chisporroteos casi imperceptibles, la obvia conclusión se va dibujando en un ticket aéreo a una ciudad desconocida, el único que queda, solito.

Intentar que el otro cambie nunca es una buena salida.

Tonight's song: Ticket to ride - The Beatles. Best served with: una canción que cuadra al dedillo, that hardly ever happens.

miércoles, junio 18, 2008

Pequeña Diatriba Escapista 

O de cómo Blogger te salva de perder tu trabajo debido a una explosión de mala onda que supura por todos los orificios de tu cuerpo y amenaza con inundar de insultos y ascos contenidos todo el recinto.

Odio a la gente que vocifera resultados futbolísticos un lunes por la mañana cerca del sparkling. Odio a la gente que hace ruidos molestos con el cuerpo para llamar la atención, del tipo tamborileo, bostezos exagerados, tronadura de huesos y demás sonidos infumables. Odio a la gente que se pone nicks alusivos a onomásticos de amigos, a frases hechas del cuadro deportivo de su preferencia y a relaciones amorosas que llegan a durar X cantidad de tiempo y de repente eso es susceptible de ser festejado en una minúscula ventanita de su computadora. Odio a la gente que esconde intencionalidades ulteriores y se aprovecha de las superioridades jerárquicas para imponer sus deseos apenas velados. Por carácter transitivo, odio a la gente que dice “Bebé”, “Primor”, “Dulce”, “Linda”, “Princesa” y demás mierdas, cuando no son ni tu pareja con serios problemas de identificación relacional o tu padre que claramente siempre te tuvo de prefe, aunque no lo diga. Odio a la gente que empuja para subirse al tren, la que acapara el espacio que cedés para el paso y no para el asentamiento, la que zarandea el sogán en las inmediaciones de mi hombro como si éste fuera una huevera y no una parte de mi anatomía. Odio a la gente que procrastina y ni siquiera es tan buena laburando bajo presión, sólo entorpecen la sana labor y me dan ganas de patearles la cabeza con un botín caro. Odio a la gente chata, lenta, falta de ironía, de inteligencia, pagada de sí misma sin ningún tipo de razón, porque son el vivo recuerdo de lo que nunca quiero ser pero siempre existe el peligro de aburguesarse y de repente estamos, como bien dijo Kate, “living in the suburbs and talking in puns”. Odio a la gente que no lee, que no va a museos, al cine, al teatro, que no canta bien, que no canta at all, que no sabe palabras en otros idiomas, que tiene faltas de ortografía. Odio a la gente que odia, también, me parece un sentimiento exagerado y muy pocas cosas lo ameritan, y de última, para odiar tenés la vida misma, no hace falta que lo escribas en un coso de éstos que ya perdió la gracia hace rato.

But we´ll always love a good drama, won´t we.

Tonight´s song: I´m fed up - Alizée. Best served with: un petit hommage pour un grand sentiment, para Bestialina con amor y sordidez.



miércoles, abril 23, 2008

Sheisse frei Dusche 

Elke se despertó esta mañana con la certeza inamovible, engrapada en las entrañas, de que tenía mucha mugre encima.

Abrió la ducha, que escupía agua helada en un chorro finito y molesto, mientras se sacaba la bombacha “de menstruación” (grandota, deshilachada, beige y con capacidad de soportar una Siempre -com-Presa de algodón hedionda de la noche anterior). Se prendió un pucho, mientras hurgaba sus ojos, desterrando residuos biológicos de sueño. Las lagañas la atacaban sólo si lloraba dormida. Se ve que estuvo mariconeando un rato largo en la madrugada, sin darse cuenta consciente.

Se golpeó la rodilla mientras corría la silla con la ropa de ayer. Se le cayó el pucho a la alfombra raída, gastada, con manchas de previas eternas, con migas de pan, con aureolas de tomate huidizo, empujado por mayonesa de segunda marca. Lo levantó rápido, ya de mal humor porque donde antes había una casita de ácaros, ahora había un agujero de madera vieja. Lo volvió a tirar, lo aplastó con su talón reseco y regresó al baño.

Se desvistió y se metió en la bañera, descolgando la ropa interior de la canilla y apoyándola sobre el barral. Ya estaba mojada otra vez. El agua seguía saliendo congelada, como agujitas de acupuntura demasiado afiladas. Puso la coronilla a tiro de chorro y cerró los ojos.

Y se limpió por fuera.

Desde la improbable juntura de los parietales hasta las puntas de las uñas un tanto largas de sus dedos gordos de los pies que bajaban de sus tobillos de pajarito, de sus pantorrillas laxas, de sus rodillas vencidas, de sus muslos de piel de gallina, de sus caderas introspectivas, de su estómago consumido, de su ombligo outtie, de su cintura breve, de su tórax huesudo y amarillento, de sus pechos tímidos, de sus hombros encorvados, de su duro cuello como de ortopedia, de su nuca sin perfume, del nacimiento de sus cabellos que ya necesitaban tintura, de su coronilla horadada por el tiro de chorro.

No necesitó jabón, loción, shampoo ni acondicionador. Ni siquiera necesitó un toallón. Cerró la canilla, salió de la ducha y se paró en el medio del baño. Respiró hondo y abrió los ojos.

Ya no le dolían las palabras al viento. Las bolas de pasto seco y bichitos nómades que son los rumores. Los dibujos del pasado que su cabecita de negras raíces se empeñaba en delinear. Las añoranzas, las nostalgias, esas manitos voladoras de garras aceradas que le rascaban la garganta y se la amasaban hasta hacerla una bola, una masa enharinada. Las costumbres, los ritos, los pequeños dogmas autoimpuestos que sólo lograban condicionar lo incondicional, la vida entera.

No le dolía nada, salvo esa inmanejable, inmensa sensación de sentirlo todo. Sentir cada gotita resbalando por sus poros abultados, abriéndose camino entre pliegues, pelos y huecos, quedándose en sus clavículas, en sus pestañas, en la caracola vacía de sus orejas, dejándose ir hasta el charco que se formaba en el piso. Sentir la brisa pesada pero todavía fría que entraba por el ventanuco roto, sentir el olor penetrante del café del departamento de al lado, sentir el ruidito ahora no tan infame de su celular repitiéndose una y otra y otra vez. Se le llenó el pecho, de todo eso y de tantas otras cosas.

Y se limpió por dentro.


Tonight's song: All cleaned out - Elliott Smith. Best served with: spiky clean, lemony fresh loif.

viernes, abril 18, 2008

Lost 

No es esta una teoría conspirativa de esas que pululan en la Internet, creada probablemente por un adolescente con serios problemas de relacionamiento emocional, cicatrices de gilette en los inner thighs y acceso ilimitado a la serie televisiva a la que se refiere el título del post. Para eso, me piden por mail los links y se pegan una gran tocata masturbera intelectual un sábado por la noche, intentando comprender qué hace ese pie de cuatro dedos tallado en roca gigante en el costado de la isla. Been there, done that. Igual auguro un par de visitas fútiles mediante nuestro bienamado gúgl, y una de ellas probablemente lea esta sandez guiado por el lascivo header. Oh, sí, tiene un spoiler. Qué le vas a hacer, ya deberías estar por la cuarta temporada. En fin, el post en cuestión:


Hay cosas que se pierden y sólo generan una molestia leve. Una comezón en la nuca, un pinchazo en el lagrimal, una mordedura liviana del labio inferior. Una puteada bajita, educada, casi imperceptible.
Como el boleto del tren, cuando es obvio que en Palermo te lo piden y hasta son capaces de pararte porque no lo tenés, arriesgándose a un mental breakdown con escupida al chancho incluida.
O los primeros quince minutos de un recital trascendental, ansiado y esperado por meses, de un artista que te canta solo y exclusivamente a vos. Llegar y que la canción se desgrane sola, sin que estés vos para darle un sentido, mientras las gordas fans hacen brillas sus vinchitas decoradas y sus fotos manoseadas y transpiradas.


Otras cosas perdidas te dan una patada en el cuádriceps, dejándote paralítica durante un buen rato. El cerebro corta sinapsis por un par de minutos, un par de días, una ola blanca te tapa sin ahogarte, te deja flotando en un mar de paja mental.
Como la primera vez que la ponés, que suponés debería ser genial, mágica, con pétalos de rosa en sábanas de algodón egipcio y flores húmedas delicadamente recogidas del monte (sí, es una metáfora, deal with it), pero termina en un baile arrítmico de frotaduras inexpertas y besos torpes.
O la última vez que te ignoran, te reducen a una compañía barata y prescindible de jadeos más experimentados y cuatro paredes demasiado estrechas, con endebles excusas que ni un inocente chiquito de holy colegio marianista tragaría.


Y, por último, las más peligrosas. Las cosas que se pierden y no se recuperan jamás. Las intangibles. Que te dejan sin aire en los pulmones, calientes por la falta de oxígeno. Que te vencen los hombros, te lanzan con desidia una bolsa de arpillera rellena de bulones, que te pegan en los labios secos y te hacen tragar mierda y sangre, metálica y a borbotones.
Como la confianza. Sentimiento ciego y pedorro, digno de minorados espirituales, embotante y estupidizante y todo lo que termine en antes, aunque sea demasiado tarde. Esa seguridad infundada y desnuda de conocer algo profundamente, hasta que se da vuelta como un soquete en un lavarropas, y ya no sabés si es tu media o la de otro.
O la magia. Un concepto huidizo y casi imposible de categorizar sin caer en la imagen de un chisporroteo grisáceo de Chaskiboom®, una levitación de tanza, una paloma maltratada. La enterrada capacidad de creación de un momento particular, una situación inesperada, un texto sólido, una reflexión iluminadora, una melodía que se hace fragancia y vuelve a ser melodía en un par de segundos, un par de acordes, un par de colores.



Al margen de las circunstancias, o quizás gracias a ellas, aún abrigo una esperanza chiquita, humilde y aterida de encontrar esa magia de vuelta. Al fin de cuentas, la mejor manera de recuperar lo perdido es desandar los pasos.



Tonight’s song: The Past Recedes – John Frusciante. Best served with: volver.


viernes, marzo 14, 2008

Retrato del artista puchero 

Leyendo las biografías de varios artistas que revolucionaron el mundo, englobando a pintores, escritores, escultores, actores, cantantes y demás, he llegado a una conclusión que sospechaba hace tiempo: la gente, en estado trágico y miserable, es más creativa.
La gente sufriente se vuelve más observadora, introspectiva, profunda y punzante. Como me dijo un amigo una vez: "El gato, encerrado, tiene que arañar hasta lo más profundo de la caja".
Y no estoy hablando de esos linyeras de loft que pueblan Plaza Francia con sus anotadores de cuero y sus lapiceras caras, plasmando una y otra vez el colorido de las peonias, que pierden su mirada hacia el cementerio y cavilan, entre cabizbajos y meditabundos, si la luz grisácea del otoño estará resaltando su melancolía impostada y sus ínfulas de tragedia ambulante o necesitan un poco más de palidez para encarnar vivamente (permítanme la contradicción) el estado de inminente muerte terminal que los aqueja inconscientemente.
No, estoy hablando de la gente común que descubre, de un momento a otro, que de las lágrimas nacen cosas más interesantes que del cuchareo y la simpatía constante. Gente que no sabe bien cómo, pero interfiere con la lógica común de la vida (esa que dice que una persona feliz hace lo que se propone y lo hace perfectamente) y se defeca en los convencionalismos del amor y la libertad.

Con lo cual, y visto y considerando que estoy soltera de vuelta, este blog probablemente reabra sus puertas. Nada como la falta de un peneportante fijo para estimular las formas más interesantes de catarsis y elaboración de pensamiento. Consideren esto un trailer super interesante y manténganse conectados. Quiero erradicar a las 17 personas que siguen entrando por Celina Rucci y volver a las bases de este blog: las que nunca tuvo.

Tonight's song: Sick Sad Little World - Incubus. Best served with: elegir cualquier canción de Nick Cueva y regodearte en lo que va a salir de tus dedos, pero poner Incubus para que tu familia no piense que estás por gilettearte la aorta.

jueves, junio 21, 2007

Las cosas que me pasan IV 

Odio que minimicen mis logros y minen mis pequeños éxitos cotidianos profesionales. Pero también odio que crean que me tiro un pedo y me sale un cuento fantástico a la altura de un inédito de Borges.

"Qué hacés para ganarte la guita? Escribís 'propagandas'?"

"Dale, Maru, es una boludez, tenés que escribir seis páginas de información dura y precisa, vos armá la estructura que después los demás completan toda la información dura y precisa que falta".

Es hora que el mundo sepa que el chamuyo, si bien es un arma valiosa, necesita balas. No pidan trucos de magia.

Si hubiera nacido hombre, o mínimamente hermafrodita, ya me habría volteado hasta a la Madre Teresa. Pero no, acá me ven, envaginada y fastidiosísima.

*Disclaimer: que este blog se mantenga a puro chamuyo sólo significa que uso los únicos cartuchos que conozco, así que no puede ser utilizado como evidencia para la refutación de este post.

lunes, junio 18, 2007

Las cosas que me pasan III 

Miro la tele de reojo (sólo en la cocina, sólo porque el foro de publicidad que pispeo tarda en cargar) y la encuentro, con su voz chillona de pendeja histérica nena de papá y sus ropajes hediondos de callejera que vive en eterna despedida de soltera y se me tensan los músculos de la espalda.

Sus grititos deformes, ultradecibélicos, su respiración jadeante y entrecortada de adolescente calientapavas, sus dientes de ratón tan tan bajables de un bife, su cara común, redonda, ese maquillaje líquido, esos pelos agrupados con grasa. Me da bruxismo. En serio.

Si tuviera una sola bala, una sola chance, una escalera a través de esa pared que separa a estos monos de la gente común, ya tengo más que decidido a quién le iría.




miércoles, junio 13, 2007

Las cosas que me pasan II 

A raíz del primer post de la saga, se viene la segunda cosa:

Estoy harta de agarrarme gastroenteritis (sí, la que hace que llores sentada en el inodoro, decidiendo por cuál orificio perder tu dignidad) todos los meses, porque me bajan las defensas -según mi abuela- porque estoy preocupada por la guita que no gano a mis 24 años.

Si estoy efectivamente involucionando, quiere decir que dentro de los próximos 24 años voy a lograr, de una vez por todas, gatear hasta el útero de mi madre y flotar? Complicado, no sé el life span que le quede si sigue fumando como lo hace.

lunes, junio 11, 2007

Las cosas que me pasan I 

Estoy harta de tener 24 años, laburar más de diez horas por día, volver a mi casa y seguir laburando, y tener que cuidar el mango como si fuera una puta indigente.


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Próximamente, el blog vuelve a ser un vertedero de sentimientos post adolescentes mezclados con la injusticia de la vida cotidiana y un par de insights para que quienes me tienen linkeada no reconsideren borrarme.

Ah, porque no estás borrada ya.

jueves, febrero 08, 2007

Postcard / 8 for $1 

Por la ventana del cuarto se ven todos los macizos edificios, se ve el río, la estatua infame, el Imperio de concreto y vigas, el Diario Neoyorquino, en inglés en el original. Se ven miles de ventanas, miles de luces en las calles y autopistas, los patrulleros to Protect and to serve en la esquina, las luces de Broadway y de Food Emporium.

Pero no se ve gente. No hay una señora cocinando en medio de una nube de vapor, o un chico mirando los dibujitos antes de cenar. Un soltero hojeando una revista Maxim, un abuelo languideciendo en un sillón ocre, un Homero siguiendo los highlights del Superbowl. Acá la gente es una ilusión, un espejismo, son figuras que aparecen para venderte un ticket al MOMA o para servirte un Hot Chocolate en vaso de plástico reciclado que poco tiene que ver con el que preparaba tu tía de enfrente.

La película entra en su apogeo cuando uno camina por la quinta avenida, llena de ejecutivas en botas hasta la rodilla y costosos abrigos de pieles y hombres de negocios con sobretodos y ojos azules, dolorosamente azules. Marchan con paso apurado, hablan en un inglés ajeno, extraño, como si vivieran en una serie de Sony.

Hace un rato de uno de los edificios salía una luz intermitente, como el flash de una cámara. Prefiero pensar que es una persona, un náufrago en esta isla gris, pidiendo ayuda, y que no es sólo una indicación para que los aviones dejen de estrellarse contra estas inocuas torres.

Toda la belleza contenida en los museos no alcanza para embellecer este invierno crudo, de fuentes congeladas y humo saliendo de las alcantarillas, de amigos de amigos que no son mis amigos y de comidas extrañas, picantes, con tanta pimienta y tan poco gusto a mío.

En la esquina de los tiempos hay pantallas del tamaño de departamentos para indigentes argentinos, con los mismos millones de colores que ofrecen los celulares última generación que todos usan. Son tan imponentes como insustanciales los mensajes que transmiten. Arcoiris y palabras simples, modelos retocadas en fotochot y campañas básicas para mentes básicas. Explíquenme cómo hacer una potencia de una caterva de mulas rubias, de obesos obsesos que mastican mi cabeza todos los días.

Las calles tienen números, la bolsa tiene números, Barnes y Noble no tiene las letras que busco, el subterráneo tiene 15 líneas y ninguna me deja cerca de la experiencia que todavía espero vivir.
Esta ciudad es muy linda, pero es ajena. Es nueva pero es sucia, es joven pero ya está gris, los grandes monumentos alaban momentos negros de la historia, el pozo de las torres gemelas es una atracción turística y en el subte los negros cantan gospel, y los chinos tocan arpas gigantes. Es pintoresco, sí, pero es soportable on a daily basis? No para esta servidora que creía que encontraría en un viaje a la manzana paposa un lugar de ensueño y maravillas por doquier, y que aún espera que esta cultura la sorprenda.

No sé, denme unos días más, me está por venir y eso influye en mi córnea de manera radical.

Tonight’s song: Under my skin – Frank Sinatra. Best served with: el East Village de noche, ahí puede ser que.

miércoles, diciembre 20, 2006

El mutismo y su expliqueta 

Ah, perdón por no avisar. No posteo más porque aparentemente me he convertido en therapy material, así que en algún momento me cruzaré con una psicóloga que preguntará cosas pretendidamente incisivas y que claudicará ante mis elaboradas mentiras dichas en viva y rápida voz.

Y cuando llegue ese momento, como detesto hablar de mí y buscarle la quinta pata al gato, la voy a direccionar amablemente a mi blog para que saque sus propias conclusiones sin cobrarme $40 la hora, y sin tener que vestirse con trajecitos color pastel y hacerse un detestable brushing en su flequillo ochentoso.

Entonces, como no quiero auto encanarme aún más, posteando los frutos podridos de mi ya disecada imaginación, no escribo más hasta nuevo aviso.

No le voy a dar el gusto a esa turra, bastante que va a poder trabajarme en pantuflas, bata y a las dos de la mañana a través de la interné. Y que agradezca que no tengo un fotolog.


Encontrémonos en el Empire State Building, con nieve. Saludos cordiales.

lunes, octubre 02, 2006

168. 

La palabra “Tragedia”, entre los griegos,
no aludía exclusivamente a lo terrible
sino básicamente a lo inexorable.



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Agustina Sibemhart se despertó esperando encontrar un manchón sanguinolento en el medio del sommier. Nada. Blanco como la nieve. Era el noveno día de atraso y no podía con sus nervios. Lo único que me falta, pensaba, tener un hijo del chupacirios católico, del Innombrable, del Novio/Némesis de papá Samuel. Se resignó, se dio un baño de inmersión, se relajó y se vistió. Juntó los apuntes de Teoría de las Organizaciones, las muestras de tela con el feo logo familiar y apuntó derechito a la facultad, donde aprendería a llevar adelante el próspero negocio textil.
En el camino a la parada, decidió tres cosas: dejar la carrera a fin de cuatrimestre y dedicarse a la filosofía, comprar un Evatest a la salida de la clase y, de dar positivo, escapar de su casa.
Cuando sube al colectivo, musita un buenosdíasseñor al chofer y paga con una moneda de un peso.

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La cuarta de siete hermanos, Jésica Garrido viaja en el segundo asiento de la derecha. Lleva a su hija al jardín de infantes que queda a dos cuadras de la mercería donde trabaja. Solange, 3 añitos, sala verde turno mañana, tironea del hilo que de a poco le enseña su nombre, bordado en su bolsita, mientras hace puchero que amenaza quebrarse en llanto cuando Jésica le niega el upa. Fastidiosa, se da vuelta en el asiento y chupa con fruición el reborde de cuero, manoseado hasta el hartazgo, mientras un moco de resfrío cae indiscreto de su nariz.
Jésica sigue tejiendo al crochet, pensando en el aumento que le prometieron a fin de mes y el arreglo de la tele del comedor. Por fin va a demostrarle a su madre que puede arreglarse sola, que no fue un error no abortar, que en sus zapatos entra también un padre, que los pantalones de la casa no le quedan grandes. Sonríe triunfal y acomoda a Solange mirando al frente.


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Alfredo Spano nació en Trieste. No sabe bien si es esloveno o italiano, sólo recuerda que fue escupido por la Guerra a este país ahora ingrato. Herrero de profesión, artista de vocación, jubilado de cuerpo, joven de alma, tiene la cadera casi tan quebrada como la voluntad. Como todos los martes, enfila para Chacarita a dejarle flores a Stella Maris, y a contarle que por fin aumentaron su jubilación y que ahora va a dejar de comprar la morfina genérica.
Para el colectivo con el bastón, acepta la ayuda de un muchacho joven que lo empuja desde atrás para subir, resuella y pregunta, como todos los martes, cuánto sale el boleto al cementerio. Le cuesta poner las moneditas de 10 centavos en esa máquina que aún no entiende.

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Portador de acné juvenil severo y fanático de Intoxicados, Nicolás Ferrero trabaja de cadete administrativo de La Caja. No entiende por qué la casa central está tan a trasmano del microcentro, hacia donde debe ir cada dos por tres. Menos mal que ahora está volviendo y no tiene que salir más hasta la tarde, así le pide la computadora a Rivera, el de Seguridad, para chatear con Nan y bajar un par de “fotos pícaras”, como las llama el policía gigantón con cara de bueno.
En la parada hay un viejito con bastón esperando el colectivo. Nicolás putea por dentro, anticipando que habrá un asiento menos a ser ocupado porque el viejo seguro se va a querer sentar. De todas maneras, lo ayuda a subirse. Nicolás putea de vuelta porque el viejo se toma 6 minutos para sacar el boleto. Finalmente, se sienta y sube el volumen de su walkman. Se queda dormido, la cabeza contra la ventanilla, y sueña con Nan. En el sueño, se anima a confesarle su amor.


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Esteban Carreras es hijo y nieto de choferes, todos de la línea 168. Novato y a disgusto, todavía sueña con ponerse un negocio de comics. Detesta que lo llamen bondilero. Lo cagan a trompadas en el baño de la Terminal porque todavía es lento y muy respetuoso-temeroso con el tránsito, entonces retranquea y roba pasajeros del chofer que le sigue. Si su padre estuviera vivo, no le tocarían ni un pelo, no le escupirían la campera, no le trabarían la máquina con ganchitos de metal.
Ayer le pegaron una patada en el hígado que todavía le duele. Le recuerda con puntadas cada segundo que pasa, como si le hubieran encastrado un reloj para que no se atrase. Por eso hoy viene haciendo muy buen tiempo: los semáforos se pintan de verde a su paso, los taxis no se paran a recoger pasajeros y parece que nadie se baja hasta Chacarita.
‘Tamadre, voy a agarrar la barrera, será de Dios, otra vez tarrrrrde me-cago-en-la-hostia. Esteban acelera a fondo y decide cruzar las vías del San Martín, son las nuevecatorce y el tren que viene de San Miguel todavía no está cerca: no ve su reflejo en los ventanales de vidrio del edificio hermoso de La Caja de Ahorro y Seguro. Tensa los hombros, respira hondo y gira con resolución el volante, eludiendo la barrera.


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Juan Severino es maquinista desde que recuerda. A sus 51 años, se jacta de su manejo intachable, de su puntualidad y de su lucidez al frente de la formación. Las únicas veces que no cumple con el horario es por culpa de los mecánicos, que tardan en revisar que el tren esté listo para salir; o por culpa de la empresa, que cancela servicios sin razón aparente. Todos los días empieza su labor con el Retiro-San Miguel de las 09:00 horas.
Juan cumplió años ayer, y lo festejó en su casa con un asado delicioso, bien regado con vino tinto. Remató la comilona con bombas de crema de su suegra y selva negra de su mujer. Por eso hoy estuvo agarrado del borde del inodoro de la estación Retiro hasta las nueve y dos minutos. Primera vez en 23 años de trabajo que llegaba tarde a su puesto, primera vez que un tren conducido por él salía con retraso por su culpa. Sacó cuentas rápidas: si salgo ya, llego a Palermo en cuatro minutos, de ahí le meto pata a fondo hasta Chacarita, llego nueve y cuarto, y si no se me quema la caldera, en Devoto ya recupero el tiempo que perdí. Ay Norita, Norita, quién te manda a cocinar a vos…
Suena el silbato -Juan se acomoda el pelo y saluda al viejo vendedor de crucigramas que queda sentado en la estación-, arranca el tren.


Tonight's song:
El anillo del capitán Beto - Spinetta. Best served with: che, pensar algo exclusivamente para el blog, ni da, no?

martes, agosto 08, 2006

Ah, 

Volví. Y prometo dejar de postear estos pseudoguiones de espectáculo de Midachi en Villa Carlos Paz en breve. Sólo necesito volver a ser un ser miserable. It's hard to be prolific when you are out there kind of enjoying your life, you know.

Que sea con salud.

Independence Day 

Llega un momento en la vida de toda persona en el que se genera un duro cambio de entorno, de ambiente, de útero social: el momento en el que te vas a vivir solo, dejando la casa familiar que te albergó y alimentando ilusiones de independencia y emancipación total.

Ese momento puede suceder a cualquier edad, aunque generalmente se da en gente que ronda los 20-30 años. No se pongan mal si tienen 50 y siguen viviendo con sus padres, pasa en las mejores familias y nadie los va a cargar por eso (aprovecho para decirles que la pensión “Los amigos” en Montserrat cobra baratísima la pieza, manéjenlo).

Cansados de la constante supervisión parental, los pájaros que están a punto de echarse a volar imaginan un universo plagado de sorpresas, salidas a cualquier hora, un hábitat propio que se maneja bajo sus reglas y deseos. Pobres avecillas liberadas… la vida independiente dista mucho de ser ese paraíso de tranquilidad y relax que pensaban.
Comencemos, entonces, a desgranar los avatares que sufre una persona que vive con sus progenitores y otra que ha decidido, como dice Patricia Sosa en su tono camionero, echarrrrrrse a volaaaaaaaar.


La comida y el uso de la cocina

El que vive con los padres:
Su madre se preocupa por hacerle las milanesas que tanto le gustan, bien sequitas, las papas fritas tiernitas por dentro, los huevos fritos en su punto justo, sin quemar el borde, lo obliga a comer un poco de verdura y para el postre siempre tiene preparado un budín, un flan, un bizcochuelo relleno con dulce de leche o el número de la heladería cara.
La heladera siempre está rebosante de materias primas de excelente calidad y de comidas perfectamente organizadas en tuppers, que entran en el aparato refrigerador con la maestría de un tetris aceitado con vaselina LaRoche Possay.
Jamás levanta un plato, no sabe qué es el detergente y piensa que el escurridor es un estante de la alacena que se salió de lugar y que su madre es tan vaga que lo usa para guardar los platos aún mojados.

El que vive solo:
Se preocupa por alimentarse sólo cuando siente que su estómago se está digiriendo a sí mismo. Lo único remotamente verde que ve en su comida diaria es el hongo que se apoderó del último pedazo de queso que queda. Desde que se mudó que come en las bandejitas de plástico que le trae el delivery, la única vajilla que se preocupó por conseguir fueron vasos para tragos largos, porque el fernet no se cambia por nada.
La heladera es un cementerio de voluntades, es el vacío interior de un iglú abandonado, es la nada iluminada por una lamparita de coté. Hay dos botellas de Coca Cola (una vez más, es para el fernet), una jarra con clericó de la semana pasada, dos vinos de tetrabrick Uvita Fiesta, un paquete de pan lactal que no se banca un carbono 14 y dos rebanadas de jamón tan viejo que su grasa ya echó grasa. Por fuera, sin embargo, parece la calle principal de Las Vegas, llena de carteles casi luminosos de rotiserías, deliverys de pizzas, pastas, comida china, japonesa, taiwanesa, boliviana, peruana y podrida.
Sigue sin levantar un dedo, y todavía falla en entender el proceso que hace que lo que a la noche está sucio sobre la mesa, a la mañana siguiente sigue ahí, sin limpiarse automáticamente. Cree comenzar a comprender cuando asocia el hecho de la limpieza con la visita semanal de su madre, que todavía no acepta que su hijo se fue del nido y la dejó con incontables horas de Utilísima para llenar su vacía existencia y aprender deliciosos platos que llevarle a su crío al departamento.


La distribución del espacio y el tiempo

El que vive con los padres:
No posee un ámbito propio, con la salvedad de su habitación. Considera que debería tener un baño en suite, cosa de poder sacudir el amigo tranquilo, sin tener que salir corriendo porque su hermana se tiene que planchar el pelo para salir.
Asimismo, su habitación le resulta pequeña y con pocos mecanismos de defensa (cualquier momento es bueno para que su madre irrumpa sin tocar la puerta, presenciando el auto-orgasmo más placentero de su vida adolescente), con lo cual constantemente se quejará porque le tocó la pieza más chica.
Empeora la situación si la comparte con algún hermano o, en el peor de los casos (créanme, me pasó) con una bisabuela que se caga caldoso todas las noches porque sus esfínteres declararon piquete.
En cuanto al tiempo, no es dueño del mismo, por supuesto. Su madre lo despierta para que cumpla con sus obligaciones, su padre marca el ritmo de uso del baño cuando caga a la mañana leyendo íntegro el Deportivo del Clarín, su hermanita lo clava los sábados a la noche, quedándose bajo su estricto cuidado. Si la persona sale, tiene que volver a la hora pautada, o será castigado severamente.


El que vive solo:
Sigue poseyendo sólo su habitación como ámbito propio (alquilar un dos ambientes es imposible a esta altura del partido), pero con la salvedad de que su madre no lo despierta más en persona: lo llama por teléfono todas las mañanas para asegurarse que su nene no se quede dormido.
Ahora que tiene un lugar para ponerla tranquilo sin señoras cincuentonas que interrumpan la fellatio, no tiene con quién ponerla. Pasa su tiempo entre FX, lo que el hombre ve, los backstages de Fashion TV y las líneas difusas del codificado canal de Playboy. Lo que pasa es que se desespera tanto al gritar a los cuatro vientos que vive solo, que las mujeres terminan teniéndole miedo y yéndose a desayunar con sus infaltables amigos gay.
En cuanto a los tiempos, ahora se los maneja él. Lástima que no sabe leer la hora en un reloj de aguja y que pasa 1 minuto bañándose con agua fría y 42 tratando de descifrar, mojado hasta la nuez, cómo encender el calefón.


Indumentaria, blancos y limpieza sanitaria

El que vive con los padres:
Tiene toda la ropa lista para usar, lavada, perfumada, planchada y colgada de su respectiva percha. Bah, casi toda la ropa. Justo ese jean que se quiere poner para ir a bailar está mojado en el tender, todavía. He aquí el segundo proceso que no entiende: cómo el calzón con palomilla del sábado, que él mismo revoleó debajo de la cama, aparezca limpio y agradable a la nariz en su cajón de ropa interior. Es ahora cuando empieza a creer que hay enanos lavanderos que, con la ayuda de los Granbys azules y verdes, logran semejante tarea.
Las sábanas de su ajetreada cama se cambian todas las semanas, permitiendo apoyar la cabeza en un mar chuavechito y no quedarse pegado a los waskasos viejos como mosca en telaraña. La madre piensa que las manchas son producto del átomo desinflamante que se pone el nene en la ingle, desde que se desgarró en el entrenamiento…
Cuando va al baño escribe su nombre con meo en la tabla, deja todos los pelos en la rejilla, deja palometas en la taza del inodoro, deja catorce toallones húmedos y siete pares de medias usadas en el bidet. Cuando vuelve a ir al baño, está impecable. Revisa detrás del bidet y corre la cortina de la bañera, en un intento inútil de descubrir in fraganti a esos enanos hijos de puta.

El que vive solo:
Usa la misma ropa una semana entera, hasta que se toma sola el 60 de la mugre que tiene, y es ahí cuando se cambia. El que se muda solo sufre una gran desilusión, sólo comparable al descubrimiento de que Papá Noel son los padres: los enanos lavanderos eran su madre que, antes de irse, le explicó que debería llevar la ropa al lavadero, ahora que se había convertido en un muchacho grande. Entonces, el despechado muchacho junta, junta, junta ropa y el 28 de cada mes inunda a los chinos del Laverap trucho con tres bolsas enormes de harapos hediondos. Durante dos días no quedará un retazo de tela en todo el monoambiente. Párrafo aparte merece la ropa de cama, por eso se lo damos:
La ropa de cama se lava sólo cuando el escozor producido por los ácaros, las migas de pizza, las cucarachas coloradas y el cascarudo borracho transgénico que albergan esas sábanas oloríferamente asesinas es tan lacerante que causa que el muchacho se rasque hasta sangrar.
El baño es un lugar habitable sólo el día después de la mudanza y el día después de que venga mamá a ayudar con la limpieza del departamento. El pobre muchacho desconoce la palabra “lavandina”, juega al hockey con el secador de piso y la pastilla para inodoros y usa la escobilla de rasquetear mierda como un rascador de espalda (muy conveniente ante el ataque de los ácaros, se da cuenta?). Por eso aprovecha y caga en el laburo.


Las relaciones amorosas

El que vive con los padres:
Presenta a la novia con timidez, nerviosismo y ansiedad. Trata de hacer buena letra, se acicala especialmente para tremenda ocasión y tiene amenazados a sus hermanos con violentos castigos físicos si se mandan algún moco. Le avisa a la madre con anticipación, para que prepare algo rico y tenga la casa en condiciones.
Una vez que la novia es habitué, garchan en la pieza haciendo silencio, trabando la puerta con la silla del escritorio y tapados hasta las mejillas, aunque hagan 40 grados. A ella todavía le da vergüenza quedarse a dormir, él hace chistes en la cena diciendo “si lo que menos hacés es dormir, peterita linda!”. Los padres piensan que va en serio, que se van a casar de blanco, que van a formar una hermosa familia y que van a vivir en la casita del fondo, pasando el jardín, siguiendo con la tradición familiar de la fiambrería y el polirrubro.

El que vive solo:
No tiene novia, tiene miles de garches potenciales que jamás concreta. Si tiene novia, se la pasa controlando todas las mañanas que no haya dejado su cepillo de dientes en el baño antes de irse a trabajar. ¡Se te instalan como ladillas y después no te las sacás más de encima!
Controla, además, que el gato de la noche anterior no haya dejado ningún anillito, arito, portaligas, consolador o dilatador anal en algún rincón de la casa, de lo contrario se le viene la noche. Si invita a su novia más de tres veces a la semana, es porque no tiene qué comer, quién le limpie o cómo abrir la puerta de entrada, trabada con tanta basura sin sacar.





I still would love to have a place to call my own, and I do realise it sounds like a cheesy Aspen Classic song, but it's the plain true, fellas. Deal with it.

Tonight's song: A place to call my own - Genesis. Best served with: un garante?

lunes, junio 05, 2006

The 20 Year Reunion 

En nuestra sociedad se ha implantado un régimen absurdo y suscitador de envidias varias. Un ágape infernal, perpetrado por los mismísimos participantes, una reunión sádica, revolvedora de rencores casi olvidados, de crueles palabras ya acalladas.

La reunión de egresados, veinte años después de egresar.

Lo que aconteció en el colegio ya deja de importar, aunque lo utilicemos como excusa para tratar de entablar una conversación. Empezás con un "¿te acordás cuando hicimos que Estela, la de geografía, se tomara el té con meo?" y similares, para terminar hablando de las familias de cada uno, de qué siguió estudiando cuando se egresó del secundario, que si al final había pasado algo con Martita, la que iba un año antes que nosotros, etc.

Y cada uno de nuestros entrañables compañeros tiene una historia que contar, una vida que detallar ante nuestra cara de sorpresa, nuestro sanguchito de miga seco y con poco queso y nuestro vaso de plástico con gaseosa Goliat Cola.

El Gordo Benítez
Más conocido como Bola de Sebo, Bola de Fraile con Patas, Muñeco Michelin, Avalancha de Lípidos, Willy liberado, El Hombre Malvavisco, contrabandista de Ravioles, Cinturón Ecológico y similares, el Gordo Benítez pasó su secundaria bancándose las cargadas incansables de sus crueles compañeros, a quienes calmaba con un par de trompadas bien puestas. El gordo era lento, pero si te la ponía te dejaba turulo. Jamás se le conoció una novia, vivía zampándose alfajores Guaymallén y podía comerse dos pizzas enteras, todas con fainá encima. Cocinaba como los dioses, comía como el demonio.
En la actualidad, el Gordo Benítez es dueño del holding gastronómico más importante de la Argentina. Tiene restaurantes en Puerto Madero, la avenida Alvear, en todos los countries conchetos y en los reductos exclusivos de San Martín de los Andes, Las Leñas, etc. Llega a la reunión con un gato despampanante, toda rubia y tetona, y trae tarjetas personales, que tienen como logo un plato cuadrado y dos cubiertos plateados. En un rapto de egocentrismo, invita a todos sus ex compañeros a cenar gratis, "cortesía del Bola de Sebo, muchachos!" Viste trajes Armani hechos a medida (y sí, usa talles especiales), reloj y cadenas gruesas de oro y una colita de caballo, aunque se está quedando pelado en la parte superior de la cabeza.
Grado de envidia que le tenés: 70%.

El Pajero Ayala
Más conocido como Waskita, Leche Hervida, Huevos Repletos, Albalatex, Pija Presta, Bombero de Leche, Lechero, Mano Peluda, el Acogotador, el Gallinero, el Tornado de Poronga y similares, el Pajero Ayala pasó su secundaria maltratando al amigo. No había día que no viniera con ojeras, cada vez que pasaba al frente se le fruncía el jogging en el mismo punto, miraba con lascivia a todas sus desarrolladas compañeritas y mostraba orgulloso su increíble colección de SexHumor plastificadas y pringosas. Ya estaba consumido, el pobre flaco, y cuando le tocó irse de viaje de Egresados a Bariloche no mojó ni una vez. Todos terminaron creyendo que era gay.
En la actualidad, el Pajero Ayala es socio mayoritario de la cadena de artículos eróticos más grande de Latinoamérica. De su cabeza surgieron los maravillosos consoladores en forma de mariposa, las bombas de succión para prolongar la erección y las muñecas inflables que parecen casi humanas. Realizó numerosos convenios con productoras belgas de cortometrajes porno, con lo cual supervisa todas sus grabaciones. El Pajero se encuentra en un excelente estado físico, aunque tuvo que hacerse depilación definitiva de palmas y toma suplementos vitamínicos para paliar sus bajones al descargar tanto semen durante toda su vida. Llega a la reunión solo (obvio, sigue virgen), con un traje chillón y de costura rara: el saco le tapa toda la parte genital, aunque el esfuerzo es en vano, porque se nota que viene con el amigo al palo.
Grado de envidia que le tenés: 60%.


El Mentiroso Gutiérrez
También conocido como Hipocondría, la Ameba Enferma, La Peste, Houdini, Dr. Ahorro y Dr. Cureta, Gutiérrez zafaba de todas las clases, evaluaciones, trabajos prácticos y exámenes. Tenía una enciclopedia mental de enfermedades súbitas posibles, y jamás repitió una. Dueño una mano magistral para falsificar certificados médicos, con el tiempo las maestras creyeron que era algo así como un santo, que enfermaba pero siempre se autocuraba. La cosa es que el flaco era más mago que Copperfield y Emmanuel juntos: se escapaba de todas, zafaba como un rey y al final nunca se quedaba libre. Su performance de convulsiones epilépticas descontroladas aún es recordada con añoranza por los profesores: la saliva y los ojos en blanco fueron un espectáculo impresionante.
En la actualidad, el Mentiroso Gutiérrez actúa como coprotagonista con Alfredo Alcón en el Teatro San Martín. Tiene una excelente ductilidad para lograr complejos papeles dramáticos, en los cuales su personaje siempre muere víctima de una trágica enfermedad. Para pagar sus caros estudios actorales, se ganó la vida falsificando certificados, cheques, contratos y documentos. Llega a la reunión con ropa de Etiqueta Negra, un sombrero a la Alan Faena y un celular que no para de sonar: Adrián Suar lo tiene harto, quiere firmar ya para producir una serie dramåtica con él, además de contratarlo como asistente de contenidos. Se va temprano, aduciendo un malestar estomacal. El flaco no cambia más eh!.
Grado de envidia que le tenés: 68%.


El Puto Villachica
Más conocido como Tragaleche, Culo Partido, Ano Marrano, Soplavelas, La Costurerita, Putón Patrio y Culo con Leche, el Puto Villachica era amanerado hasta la médula. Tenía más modales que Eugenia de Chikoff y el uniforme mejor cuidado del colegio. Era el encargado del vestuario de todos los actos escolares: bordó, él solito, los 22 trajes de dama antigua para el Pericón, y decoró el salón de usos múltiples para la entrega de diplomas con estética kitsch y fotos en negativo de cada egresado. Nadie entendió nada. Transcurrió su adolescencia enamorado perdidamente del Torito Estevanez, que jamás le dirigió la palabra y que lo escupía cada vez que se le acercaba.
Hoy, el Puto Villachica se hace llamar Joaquín Salvador Villachica (aunque nació Ramón), y trabaja codo a codo en Europa con diseñadores de la talla de John Galliano y Tom Ford. Inventa estrafalarios modelos de alta costura que dan vuelta al mundo, es reconocido en todo el ambiente y lo más importante: cobra en euros, el muy puto. Cae a la reunión en un traje rosa pastel con corbata amarillo patito con un dibujo de Hello Kitty y zapatos de charol blanco. Colgado de su brazo, un chongo fotógrafo de músculos desarrollados, barbita candado, cama solar, pelo con reflejos y gel y piercing nasal le hace mimos disimulados, mientras el Puto Villachica ni saluda a los hombres y se dirige directamente al grupo femenino, aconsejándoles qué deberían usar esta temporada otoño-invierno.
Grado de envidia que le tenés: 15%(puede tener mucha guita pero tiene el ano dilatado, y eso no se le desea a nadie).

El Torito Estevanez
Mejor conocido como La Mole, Monzón, Misil Puño-Cara, Moretonero, el Rompedientes, Nudillos de Hierro y Tanque con Patas, el Torito Estevanez era el abusador del curso. Una bestia de 1.98 m, 90 kilos de pura fibra muscular y la capacidad mental de un aguará guazú después de un baño de radiación chernobylística, se destacaba en todos los deportes, menos en el uso de su atrofiado cerebro. Te cagaba a trompadas si lo cargabas, si le gritabas, si lo mirabas y hasta si respirabas. Sin embargo, era una seda en bruto con las chicas, que le tenían compasión y hasta algo de ganas, y que le explicaban matemáticas (pobres, eternas luchadoras de causas perdidas).
Hoy en día, el Torito se hace llamar el Toro Estevanez, y es el productor pugilístico más reconocido del Mercosur. Posee los derechos de transmisión de todas las peleas libradas en suelo argentino, todos los boxeadores, de peso pluma para arriba, le pagan abultados honorarios para lograr su representación. Cae a la reunión hecho una bestia, las venas saltándose de la camisa fosforescente, que tiene abierta hasta el esternón mostrando su pelo pectoral y su cadenita de la Virgen de Lourdes. Acompañado, por supuesto, de una morocha que es un infierno, puro músculo, a quien dice estar entrenando (en la cama, sobre todo). No se va de la reunión sin escupir al Puto Villachica y mangarle al Pajero Ayala un par de mariposas.
Grado de envidia que le tenés: 52%.

La Cachorra García Pena
Mejor conocida como Bombón Felfort, Caramelito, Pechos de Miel, Escort-ita, el Culo de Dios y similares, la Cachorra García Pena era el dulce de leche más rico del colegio. Dos tetas como colinas, un culo de roca y una cintura que apretabas con una sola mano (y mierda que se dejaba apretar, la muy puta!), la Cachorra despertaba fantasías en alumnos y profesores por igual. Se rumoreaba que la profe de Educación Física le tiró los galgos y que ella, buscando el siete, le entregó la almeja. Todo fue una bella metáfora animal digna de National Geographic. Cómo olvidar su pollera rozando sus muslos bronceados, su blusa blanca que transparentaba sus pezones, pues jamás usaba corpiño… Sus compañeritas la envidiaban, puesto que no hacía ejercicio, comía como cerdo y mantenía su esbelta figura libre de mácula grasosa.
Hoy, la Cachorra es un Perro Viejo, que no coge ni deja coger. Todos los kilos que zafó durante años, pegando el estirón, se le vinieron encima con la fuerza y la contundencia de cuatro Scanias recién tuneados. Está, lisa y llanamente, gorda. Bah, lisa no, tiene una celulitis sólo comparable con el pozo de Banfield, una flaccidez ondulante que se lleva puestas sillas, mesas y marcos de puerta, con sus tetas caídas, producto de no usar sostén, hace más jueguito que Maradona con una naranja y el culo no le entra en ninguna silla, ni que hablar de un pantalón. Se olvidó la cintura en su otra vida, la cara es una patada en los huevos, llena de arrugas de cigarrillo y bigotes sin depilar, cadáveres de granos sin limpiar y un intento de arreglo, con delineador exagerado en sus otrora preciosos, ahora saltones ojos. A esa que le dabas con un caño, ahora no la tocás ni con un palo.
Grado de envidia que le tenés: ninguno, salvo que se comió a la Profe de Educación Física, que era una veterana que se la bancaba a pleno.

El Boxitracio Caserini
Más conocida como Patada en los Huevos, Culo con nariz, Aborto de Culebra, Naturaleza Muerta y Dónde Estaba Dios Cuando Naciste, el Boxitracio Caserini era la chica más fea, no sólo del barrio, sino de todo el partido. Un esbirro sin forma, un esqueleto al que por compasión le echaron algo de carne encima, la pobre no tenía teta, culo ni razón de existir en este mundo. Por lo menos era muy simpática y se reía de sus defectos, así que de alguna manera la remaba. Era alta como una jirafa que toma esteroides, con un rostro indescriptible y una voz chillona, como de Chajá en celo constante. Era amiga de todas las chicas, porque las muy turras siempre buscaban resaltar sus atributos al lado suyo. Claro, hasta la gorda más pedorra tenía chances, si se paraba al lado de semejante esperpento. Transcurrió su adolescencia haciendo buenas migas con el Puto Villachica, que veía en ella a un cisne encerrado en el cuerpo no de un patito feo, sino de un ornitorrinco deforme, y le daba constantes consejos para mejorar su apariencia.
En la actualidad, el Boxitracio Caserini cambió su nombre a Daniela Urzi (su apellido materno), y es la modelo más cotizada del continente europeo. Una diva de largas piernas y ojos azules, una escultura digna del Louvre. Sus pechos, antes inexistentes, aparecen invitantes a la mirada y a la caricia, su trasero antes escaso es un canto a la redondez perfecta y su boca es la obra maestra de un Da Vinci inspirado. Su voz se ha desarrollado, ahora es un acariciante ronroneo grave, curtido, sensual. Cae a la reunión con toda la carne en su lugar, vestida para el infarto y con una amiga rubia que casi casi está tan buena como ella. Todos, todos se quieren matar. ¿Cómo no hicieron inferiores, cómo no se la vieron venir? El único contento es el Puto Villachica, que la convence de firmar con su casa de diseño.
Grado de envidia que le tenés: nah, que envidia, lo que le tenés son unas ganas terribles, que te vas a tener que comer con queso untable porque no te pasa ni la hora.

El Facha Quiroz
Más conocido como Potro, Yeguo, Facha con Garcha, El Que Se Parte Solo, Queso en Ocho, Galán Hormonal y similares, el Facha Quiroz era un Adonis adolescente, puros bucles naturales y espalda bien formada, muslos torneados y elásticos, bronceado permanente y facciones perfectas, una mezcla exquisita entre George Clooney, Gael García Bernal y Brad Pitt. El pibe recibía las mejores notas de las profesoras, y las peores de los profesores (salvo el de Botánica, que era medio gay), la del kiosco le regalaba alfajores mientras lo miraba con lascivia y cuando pasaba al frente, se escuchaba un SPLASH ensordecedor en el aula, que marcaba la excitación total de toda fémina del recinto, empapadoras de sillas. La señora que limpiaba tenía que pasar secador todos los días. No había semana que alguna chica no se encerrara en el baño a llorar por el amor perdido y el corazón roto.
En la actualidad, el Facha Quiroz es modelo de ropa interior para catálogos de Avon. Toda su belleza adolescente se esfumó cuando terminó de desarrollar, y sólo trabaja de modelo porque su tía es revendedora y le tiró una soga. Está casado con una cosmetóloga gorda y pelirroja que prueba sus brebajes naturales en él, y cuando llega a la reunión tiene una mitad de la cara azul y la otra violeta.
Grado de envidia que le tenés: 12%.

El Grano Pereyra
Más conocido como La Mazorca, el Pochoclo, Cara con Baches, Cráter, Géiser, Volcán en Erupción, El Hombre Mayonesa y El Pústula, el Grano Pereyra era un chico bastante agraciado, pero tenía un serio problema de acné quístico que nunca se trató de la manera adecuada. Cada vez que se afeitaba el bigote venía con los granos descabezados, no había día que no se reventara un barrito frente a la ventana del aula, nadie lo saludaba con un beso en la mejilla y de más está decir que durante todos sus estudios jamás besó a una chica. Tal era su estado que muchos vaticinaban que sus granos ya tenían vida propia y se iban a recibir antes que él. Sus compañeros tomaron la costumbre de nombrarlos y asignarles futuras profesiones. Un día llegó a tener a un futuro abogado, dos arquitectos y tres ingenieros industriales tan sólo en su frente.
En la actualidad, el Grano Pereyra luce una tez inmaculada, brillante y suave, tersa y sin una marca. Es el cofundador de Compañía Dermoestética, y se hace peelings cada dos semanas. Si bien es cierto que ha mejorado mucho, cada diez minutos se rocía la cara con una botellita con cabeza de spray, aduciendo que si se olvida, la cara se le seca como una pasa y se le cae. Llega a la reunión con un estuche grande, lleno de cremas de todos los colores, que sus excompañeras pelean por probar. Los más crueles se mofan de su mejoría, y dicen que no se le fueron los granos, sino que toda su cara se ha convertido en uno (por algo llegó hasta donde llegó en la vida, finalmente uno de sus “hijos de pus” se recibió).
Grado de envidia que le tenés: 33%.

El Sabelotodo Carranza
Más conocido como Tragalibros, Robotito, Cultura a chorro, Ratón de Internet, Idiot Savant y Aquel Que No Tiene Vida, el Sabelotodo Carranza pasó su entera adolescencia estudiando. No salía, no hacía deportes, no escuchaba música, no iba a recitales ni a bailar, ni que hablar de ponerla. Su única meta en la vida era sacarse 10 en todo. Sabía más que los propios profesores, tenía una respuesta para cada pregunta y jamás, jamás dejó que nadie se copiara de él. Si veía a alguien con machete, lo buchoneaba. Fue la Némesis del Notitas Centenera, legendario copión que retrataremos más adelante. Todos lo odiaban, pero en el fondo sabían que llegaría lejos: el guacho era una enciclopedia caminante.
Hoy en día, el Sabelotodo Carranza se desempeña en varios ámbitos: físico nuclear en Europa, biólogo genetista en Asia, zoólogo ambientalista en Centroamérica, gurú de marketing en Norteamérica, geólogo en África y un perdedor con las mujeres en Sudamérica. Sus trabajos han recorrido el mundo, y llega a la reunión con guardapolvo y anteojitos culo de botella, esos que jamás cambió. En su hombro carga un papagayo, de una correa arrastra un aguará guazú y dejó atado en la entrada a un gorila albino recientemente rescatado, porque siempre fue de llevarse el trabajo a casa.
Grado de envidia que le tenés: 42%.

El Notitas Centenera
Más conocido como Faca Y Machete, el Escriba Solidario, el Letra Chica, La Sábana Sabia y el Post-It del Conocimiento, el Notitas Centenera aprobó el secundario macheteándose. Nunca abrió un libro con ganas de recordar un dato. Al principio su trabajo era muy artesanal, la obra de un genio. Resumía todos los gobiernos patrios, con lujo de detalles, en una hoja lisa, con letra cuerpo 2. Se rumoreaba que usaba lupa de joyero para delinear obsesivamente cada letra. Ya creciendo, conoció la informática y le cambió la vida: aprendió mecanografía sólo para poder tipear más rápido, y de ahí no paró más. Creía en el conocimiento como un bien burgués, totalmente prescindible, y brindaba su talento a cualquiera que lo necesitara. Fueron constantes las agarradas a piñas con el Sabelotodo Carranza cuando lo mandaba a rectoría, los bolsillos llenos de pequeños trozos del saber.
Hoy en día, el Notitas Centenera es el dueño de la empresa que produce los libros más pequeños del mundo. Uno pensaría que nadie compra esas cosas, pero en las ferias costeras salen como pan caliente. El pibe cuida cada edición como si fuera oro, y finalmente aprendió muchas cosas, leyéndolas en el único tamaño que sabe hacerlo. Cae a la reunión con su editora, una señora con anteojos groseramente gruesos, y antes de saludar a sus ex compañeros revisa sus bolsillos, para un pequeño “ayudamemorias”. Grado de envidia que le tenés: 19%, la editora se banca un garche escabio y además con el trabajo que tiene no se va a escandalizar por ver un pene tan pequeño.

Y vos…
Vos eras la persona más capaz del curso. Estudiabas sin esfuerzo y aprobabas todo, saliste abanderado/a y mejor compañero/a, tenías tu belleza peculiar y siempre fuiste bastante copado. Y mirá vos, al final, terminaste leyendo este post.


Tonight's song: El estudiante - Los Twist. Best served with: directamente no ir a esas nefastas reuniones.

lunes, mayo 29, 2006

La fauna gimnástica 

En la jungla del bienestar fisico, podemos encontrar toda clase de alimañas que hacen de este ecosistema un lugar hilarante. Pasen y vean.

La recepcionista mala onda
Estar detrás de un mostrador durante 14 horas diarias ha afectado tanto su estado de ánimo como su culo, eterno receptor de células adiposas. Para compensar un poco, vive maquillándose y poniéndose perfume, convive con un espejo doble (de esos que tenía tu abuela, de carey, con uno de sus lados de espejo con aumento para depilarse bien las cejas) y un delineador de labios que no podría ser más grasa. Tiene las uñas como garras, perfectamente esculpidas, y para hacerte el ticket de pago del mes marca en el teclado de la computadora con un lápiz, como Susana Giménez en sus mejores épocas. En un principio por lo menos tiraba buen humor con los hombres, pero luego de años de ser constantemente subestimada (no olvidemos que convive con profesoras cuyo culo es una roca tallada) ha terminado por convertirse en una amargada lectora de Revistas Estar Bien, Mía, Para Tí y similares.


La señora que limpia el sudor
La pobre tiene un trabajo digno de extra de Hollywood. Meter la mano en la rejilla del vestuario de hombres demanda mucho coraje. Es la que junta las toallas que te alquilan en el recinto y las lleva al lavadero, cargando un manojo de hedionda putrefacción sudorosa en su espalda, la que tiene que rasquetear los restos de jabón y los gotones indiscretos de shampoo del piso de las duchas, la que lidia con tampones, toallitas y protectores que misteriosamente van a parar a cualquier lado menos al cesto. Ha perdido por completo su sentido del olfato, por eso es común olerla a la distancia: como no reconoce ni el sudor propio ni el ajeno, el vaho a ajo transpirado que emana su cuerpo es perfectamente identificable a cuatro cuadras de distancia.


Los profesores

El eterno buenhumorado
Le engramparon las comisuras de los labios a los premolares: el tipo no para de sonreír desde que llega hasta que se va. Siempre pum para arriba, siempre contento y exhultante, el eterna buena onda pone en marcha una maquiavélica estrategia para que sus alumnos se muevan en la clase: pura pila, grititos de satisfacción cada vez que tira un músculo, "qué placer hacer abdominales, sientan cómo trabajan", y un largo etcétera. Mientras los demás bufan y putean por lo bajo, él disfruta cada segundo de su clase, como si fuera la primera vez (y eso que la viene dando hace diez años, todos los días, tres veces por día). Con él podés entablar dos tipos de relaciones, totalmente opuestas: o te contagia la alegría de vivir y te hace mejor persona, o empezás a detestarlo con toda tu alma porque "vamos, nadie puede ser tan feliz tanto tiempo". Generalmente dicta clases movidas, como aerobics, aerosalsa, aerocumbia, aeropuerto, aeromoza y aerobox.


El flamboyantly gay
La homosexualidad le brota por todos los poros, y él está orgulloso de ello. No es sólo que le gusten los hombres, no no. El tipo es una diva, que sueña con ser bailarina en el Maipo pero nunca le dio el physique du rol. Exagera cada movimiento con premura y dedicación, sus ademanes son exquisitos y llenos de gracia y combina toda su ropa (ajustada hasta lo irrespirable), sin repetir nunca ninguna prenda. Usa calzas mínimas, que marcan su desproporcionado bulto a niveles ridículos, y se depila las piernas, a un punto tal que muchas de sus alumnas le preguntan quién le pasa tan bien la cera negra. Generalmente tiene claritos color miel, pelo engelado y bronceado zarpado de cama solar, lo que lo convierte en un muñeco Ken anatómicamente correcto y sexualmente invertido. Sus clases son principalmente salsa, baile latino, hip-hop, funk y danza clásica y contemporánea, y le encantaría que alguna de sus alumnas lo reclutara para animar una despedida de soltera.


El milico retirado
Instrucción temprana en colegio pupilo y liceo naval, aéreo y militar; el milico retirado es un coronel rozando los cuarenta que mantiene un físico envidiable, digno de un pendejo de veintitantos. Usa el pelo rapado, tiene leves canas y una mandíbula fuerte, cuadrada, acostumbrada a gritar órdenes. Su educación a nivel físico se centra en el arte del combate, en casi todas sus manifestaciones, por eso enseña tae-bo, tae-kwon-do, aikido, origami nuclear y cualquier movimiento que implique fuerza bruta y violencia innecesaria. Tiene un vozarrón duro y cascado, porta siempre cara de culo inmutable y usa guantes de combate aún cuando sólo tire trompaditas al aire. Le encantaría enseñar en borcegos y uniforme de camuflaje, pero las reglas del gimnasio le obligan a usar zapatillas con cámara de aire, a las que pertinentemente le instaló un par de bombas de humo, por las dudas los irreverentes se le rebelen. Lo han visto destruir bolsas de arena a los golpes, gritar en el oído de dulces jovencitas con los ojos inyectados en sangre y echar a más de la mitad de la concurrencia por "no demostrar lealtad a la patria y al ejercicio". Colecciona GI-Joe y arma tanques en miniatura, como parte de su fútil terapia anti-stress. Su ídolo es Van Damme y su jugador preferido en el Street Fighter es Guille.


El relajado
Paz, amor y armonía corporal y mental. Ésa es su filosofía, y la sigue hasta el hartazgo. Habla siempre bajito, como susurrando, y no se le entiende una mierda lo que explica, porque vos estás a veinte metros de distancia y haciendo fuerza para no quedarte dormido. Chamuya sobre bosques mágicos, vuelos maravillosos y una sarta de palabrería pseudohippona para que te relajes, y vos seguís pensando en lo buena que está la flaca que está abriendo el culo en posición de loto invertido enfrente tuyo. Se viste con ropas holgadas y en colores pastel, en telas de lino o seda muy ligera, generalmente es calvo o rapado y jamás deja escapar un gesto, parece una maquinita rellena de Vívere: todo suavecito y odioso. Sus clases son las más humillantes, porque al relajarte más de una vez has dejado escapar un gas contenido, o babeado la colchoneta al son de un ronquido ahogado. Por lo general enseña pilates o yoga.


El músculo reventado
Es una masa enorme de músculos henchidos y venas latientes. Entra y ni muestra el carnet. Como para no reconocer su osamenta, su piel rojiza de tanto esfuerzo, su pelo cortado como un cepillo, engelado y duro como todo él, sus musculosas de colores chillones y estridentes que parecen pintadas con latex sobre sus inconmensurables pectorales y sus prominentes tetillas. Pide que le pasen cierta música, especialmente electrónica, para comenzar con 10 minutos de piernas y 2 horas de brazos y espaldas. Se zarpa tanto ejercitando su parte superior que parece un muñeco Michelin al que le desinflaron las piernas. Se mira al espejo, se pone guantes, y empieza a transpirar. Solo. Levanta pesas del tamaño de superpizzas, y está el acecho por si alguno de sus amigos dotados necesita una manito para levantar algo muy duro. Hay algo de amistad pseudohomosexual en todo este ritual, que trataremos en otro capítulo. De día come 12 yemas de huevo y de noche come mucha fruta, que acompaña con un "Suplemento Vitamínico" (eufemismo pedorro para anabólicos), un polvo mágico que sale de un pote de 20 kilos y que acaba en menos de un mes. A pesar de tener semejante masa corporal, tiene una voz muy aniñada y sus genitales son ínfimos, cosa que disimula encasquetándose una media enrollada en sus shorts entallados.


Los alumnos

El profesor wannabe
Se le iluminan los ojos cuando el profesor pone música y empieza la clase. Aplaude cuando terminan de elongar, lagrimea como si terminara de escuchar a la Calas cantando Aída y siempre, SIEMPRE se acerca al profe para preguntarle alguna boludez, sólo para que los demás piensen que son re amigos. Como sabe la clase al dedillo, siempre está apuntando a los demás cómo deben hacer los ejercicios, aún cuando él los esté haciendo mal por estar pendiente de los otros alumnos. Es el lamebotas que ayuda a juntar las colchonetas y las pesitas después de la clase, el que se jacta de "cómo ejercité hoy, me siento re energético, esta clase es buenísima" y el que siempre quiere hacer el curso de profesor, y siempre lo bochan porque tiene menos condición física que una ameba que perdió su única célula.


El musculito esteróidico
Émulo del profe músculo reventado, copia cada uno de sus movimientos, come el mismo polvo de mierda y compra sus musculosas en el mismo local. Lástima que el pibe mide 1.50 de alto y si sigue ejercitando, va a alcanzar la misma medida de ancho. Es como un enano de Blancanieves que limó y empezó a levantar troncos por el bosque, no hay ropa que le quede bien y encima se cree grosso, cuando todos saben que es un petiso prepotente y toreador, que a la primera de cambio se come los mocos.


El gay copado
Se prende en todas, es el mejor amigo de todas las minas que van al gym y tiene tips de belleza para cualquier problema. Lo peor de todo es que el flaco está bueno, y las chicas viven preguntándose la causa de semejante desperdicio. Hace muchas abdominales, ejercicios de espalda y sobre todo de culo. Debe querer reforzarlo para la fiesta de la noche.


La adolescente regordeta
Detesta ir al gimnasio, sólo asiste porque su madre, su nutricionista y una orden judicial se lo demandan. Todavía no perdió la grasa infantil, pero ya quiere hacerse las tetas. Tiene aparatos fijos, anteojos, el pelo graso y todos los granos del mundo amuchados en su cara, pero no le importa. Hace los ejercicios a desgano, se va antes, no se ducha y se va sucia a la casa y siempre se ubica atrás de todo, al costadito, para echarse resoplando mientras los demás saltan. Es la más sabia de todas: sabe que sudarla todo el día no va a cambiar el culo gigante que la pileta de genes le está por regalar.


El ama de casa pre-verano
Es la versión adulta de la adolescente regordeta: vive zampándose combos en Mc Donald's, bizcochitos de grasa con el mate y dulce de leche a cucharadas soperas durante todo el año, hasta que empieza el calorcito. Ahí es cuando se enciende una señal de alerta en su cerebro que dice: "Estela, este año no vas a entrar en la malla si seguís así!". Acto seguido, se anota en un gimnasio, empieza una dieta truchísima que le hace bajar la presión y se desmaya después de cada abdominal. Llega al verano pálida, caída, ojerosa, con menos pelo y menos energía que nunca. Y cuando vuelve de Mar Chiquita, empieza a comer como cerdo de vuelta.


La separada reciente
Se mata en el gimnasio, va a todas las clases, pero no va por amor al deporte. Va a conocer hombres (potenciales garches) y mujeres (potenciales compañeras de infortunio con quien juntarse los sábados por la noche a conocer aún más potenciales garches). Se compra las calzas más ajustadas que puede encontrar en Once, se retoca el maquillaje después de cada clase, va a hacer aparatos con el brushing recién hecho e histeriquea con el profesor, con sus compañeros y hasta con la señora de la limpieza. Está despechada y desquiciada.


Los internados seriales
Son como Droppy. Están en todo el gimnasio, todo el tiempo, en cada rincón. Te los cruzás en todas las clases, en el vestuario, a toda hora. Esperan en la puerta del gimnasio hasta que abre, y bajan la persiana cuando cierra. Sufren por no poder hacer dos clases al mismo tiempo, pero compensan un poco yendo religiosamente sábados y domingos. No hablan de otra cosa, no viven para otra cosa. Se rumorea por ahí que en un principio hablaban y todo. Ahora son como autistas que van rotando sobre los aparatos con la mirada fija y la mueca de esfuerzo constante. Se les rompe el corazón si se rompe una máquina, viven pendientes de su peso y cuando nadie los ve, lustran las pesitas y les dan besos mimosos.

Tonight's song: Work it - Missy Elliot. Best served with: un deporte normal, sano. Ajedrez, por ejemplo.

Cuestión de Sexos 

El comportamiento del ser humano en cada instancia de la vida es único e irrepetible, y está definido por su género. Hombres y mujeres reaccionan de manera casi diametralmente opuesta a distintos estímulos y situaciones, lo que nos hace preguntarnos a nosotros mismos (sí, hablamos mucho con nosotros mismos): ¿cómo puede ser que dos seres tan distintos terminen engarzándose en una relación parejil plena y dichosa?

Enumeraremos a continuación diferentes ámbitos y las performances de cada sexo.

El Fútbol
La reacción ante este deporte, tanto en vivo como su visualización por medios televisivos y/o radiales, es opuesta en cada sexo.
El hombre siente pasión, desenfreno, angustia, ansiedad, nerviosismo y una alegría sin parangón, todo junto cuando el referí pita el comienzo del partido. Resta imaginar después en qué terminará todo eso. Ve en el fútbol el anhelo de destacarse que lo marcó de niño, el “Quiero ser como el Diego” que nunca llegó. Se cree que mirando fútbol está contribuyendo con el deporte, que la panza de cerveza automáticamente se desinflará, que el árbitro lo escucha a través del vidrio de la tele, que los jugadores tienen un audífono que registra sus opiniones sobre dónde patear. Apenas empieza el primer tiempo, el hombre sufre un cambio en su dialecto: por más culto que sea, automáticamente pierde las eses por el camino, y todo lo que sale de su boca suena indefectiblemente “a negro”. Ej: Palermo se tiene que retirá´ del fúlbo, loco. No puede jugá´ má a náa. Orsai, jué, orsai! Qué ta mirando, referí de papi! Ponémelo a Esqueloto, viejo! Y similares.
La mujer, en cambio, mantiene una relación mucho más distante, contemplativa y hasta a veces de crítica destructiva para con este noble deporte. Apenas se acerca a él, trata de aprehenderlo, más que nada para no quedar como una ortiva cuando los amigos de su novio se juntan a ver un partido. Con el paso de los años, se da cuenta de la cruel realidad: son 22 hombres maduros, padres de familia y deportistas consagrados, corriendo como bodoques lobotomizados atrás de una esfera de diseño horrible, tirándose al piso como maricones al más leve toque, escupiendo en el piso, rompiendo el pasto, con lo que cuesta hacerlo crecer! y demás. Qué clase de ejemplo están recibiendo sus maridos, sus hijos, sus sobrinos??? No entiende cuándo es penal, cuándo es offside y cuándo no tiene que preguntar si van empatando 0 a 0, porque es probable que reciba un botellazo de Quilmes en la frente.

La Cocina
Aún siendo ámbito exclusivo de la mujer, en esta sociedad machista en la que vivimos, la cocina fue ganando adeptos en el sector masculino, aunque siempre manteniendo extremas distancias.
El hombre irrumpió por primera vez en la cocina cuando vio que era socialmente aceptado, con personajes como Karlos Arguiñano o Martiniano Molina copando la tele: “si este ex-jugador de handball, tan desarrollado y viril, puede hacer un cordero con salsa de cerveza, yo, que juego al truco con los muchachos hace más de 15 años, me pongo un restaurant!”. No se dan maña para absolutamente nada: su reino se reduce a la comida frizada (obviamente preparada por su contrapartida femenina y almacenada en caso de emergencia), salchichas, milanesas, hamburguesas, pastas sin salsa y todo lo que se cocine en menos de siete minutos, que es el tiempo máximo atencional que puede dedicarle a un solo asunto. La sartén es un misterio, el aceite va sólo en el auto, los huevos son demasiado frágiles para este mundo difícil, el pan lactal va con todo, igual que la cerveza. Hasta que llega su redención absoluta: el asado. Ahí no hay pero que valga, es el único que puede prender un fuego como la gente, que sabe qué tipo de carbón es mejor, etc. Es un momento de introspección e intercambio de opiniones masculinas: cada uno tiene una manera distinta, está el que lo hace con bolas de papel de diario, el que compra carbón y cajones de manzana, el que compra pastillas, el que lo prende con nafta y el que, para avivarlo, le tira desodorante Colbert.
La mujer, en cambio, está en su ambiente. Todavía atesora con adoración el libro de Petrona C. de Gandulfo, regalo de su abuela, y eternamente lo consulta, aunque sólo sea para preparar un flan. Hace comidas elaboradísimas, para dos personas que siempre se van a quedar con hambre, porque si llena mucho los platos no los puede decorar con gotas de salsa de puerro con centolla. Detesta que interrumpan su labor o que los hombres se pongan creativos en la cocina, porque nunca, NUNCA lavarán los 17 recipientes que usaron para cocinarse un pancho. Se mata con agua Ser, que es placer y cuidado, Activia, para regular su tránsito intestinal lento, y leche de soja, que es menos pesada que la leche entera. No disfruta un carajo de todo lo que ingiere, porque en el fondo sabe que lo único que necesita para ser feliz es un alfajor triple de maizena.

Cuidado Personal
He aquí un punto de comparación muy interesante, que de seguro tiene que ver con la configuración biológica de cada género. El hombre planta la semilla, la mujer la recibe.
El hombre es un ser que “deja fluir”. No retiene sus emociones ni sus emanaciones. Tanto es así que cada eructo que larga es un canto a la vida y a la libre digestión, y, así como ciertas especies influyen en el sexo opuesto mediante sonidos, el hombre piensa, equivocadamente, que cada eructo sonoro vuelapelos es un afrodisíaco inescapable y un llamado ineludible a la copulación segura. Peor es el caso de los gases, comúnmente denominado por este sexo como: hijo, pedo, sordo, bomba, metralleta, estallido, rompeportón, etc. Jamás los privará de su libertad: cuando están en puerta, deben ser independientes de su creador y volar hacia la atmósfera, no importa el ámbito. Un taxi, un ascensor, una cama compartida, una minúscula oficina: cualquier lugar es bueno para dejar hacer a la naturaleza. El leit motiv es simple: “Si tiene ruido y olor, mejor”.
La mujer, en cambio, es un ser biológica y genéticamente retentivo. Retiene líquidos, retiene gases, retiene heces, retiene eructos, retiene escupidas, gargajos, toses fuertes, estornudos, mocos indiscretos y cualquier cosa que se desprenda de su organismo. Si tiene ganas de liberar sus emociones naturales, cualesquiera sean, su única excusa es “voy al baño”. Jamás aceptarán que ese gas esquivo fue suyo o que ese ruidito no fue sólo un hipo pasajero. Hay una teoría, que aún están testeando en el MIT, que dice que las mujeres retienen toda manifestación corporal hasta aproximadamente los sesenta años. Es ahí cuando largan TODO lo que guardaron, todo junto, todo estruendoso, como un maravilloso show auspiciado por Cohetes Júpiter.

Comportamiento frente a la Tecnología
En el amplio y vasto mundo del aparataje tecnológico, se genera un salto inconmensurable entre géneros.
El hombre es, por definición, un aparato en sí. Por eso siente tanta afinidad con los mismos, y no es inusual encontrarlo husmeando cuanto dispositivo se cruce por su camino, aunque no sea más que una berretada del tipo “tarjeta con lupa y luz” o similar: mientras se pueda conectar a un puerto USB, es una maravilla digna de ser adquirida. Tiene programas para cualquier, cualquier cosa, desde calcular los días que faltan para el mundial hasta calcular qué días puede ponerla hasta que su mujer se indisponga. Como navegante asiduo (casi enfermo) de Internet, sus sitios favoritos son a. Porno, b. Olé, c. Hotmail (donde chequea su mail) o d. Gmail (donde chequea su mail de trampa). Tiene los accesos directos a TODOS los programas que bajó en su vida en el escritorio, ya son tantos que no se distingue a Pamela David de fondo entre tanto iconito. Guarda archivos con nombres indescifrables, como “14/04 ingresos”, y tiene las fotos del último papi que organizaron en la oficina, o “psitreluc27.doc”, donde encuentra detallados los teléfonos de los últimos tres gatos que contactó el fin de semana con el rubro 59 de Clarín.com.
En cambio, la mujer es por definición un ser analógico. Se quedó en el floppy, y llama “disquette” a cualquier medio de almacenamiento magnético. Sí, sí, aunque claramente se trate de un cd. Para ella, meter un 3 ½ y ver aparecer datos es magia negra, el Excel es un programa creado por extraterrestres mucho más avanzados que nosotros y dejado caer en el área 51, y conectar los parlantes demanda un curso intensivo de siete semanas, previa puteada delante. Indefectiblemente se mandarán más de una cagada delante del monitor. Antes de ponerse a revisar cuál puede ser la causa, sentencian: “Rodolllfoooo, me tira error del sistema! Y yo te juro que no toqué nada”, con el mejor tono de inocencia que pueden impostar. Cliquean en cada banner, pop-up o potencial virus que encuentren, porque aún no han establecido un patrón de prioridades que diferencie un “404 Page not found” de un “Está a punto de formatear el disco C. ¿Desea continuar?”. Se enciende la señal de alarma cuando cancherean y chequean mail, o leen el diario en Internet. Claramente, están copando un territorio netamente masculino.

Aún en medio de estas irreconciliables diferencias, los seres humanos encontramos la manera de relacionarnos y bancarnos mutuamente estos rayes.

Tonight's song:
Llueve - Rosana. Best served with: no sé, lo escuché recién y cuajaba con la situación.

martes, mayo 16, 2006

Hay 

Abrazos que ahogan, brazos que aprisionan. Besos que sellan labios y no dejan respirar. Caricias que arrancan jirones de una espalda, que dejan claros de luna en una coronilla antes frondosa. Celos que te siguen en un taxi. Camas pequeñas que abarcan las distancias más grandes. Inseguridades que revisan cartas, mails y charlas. Llamadas que tiran con mano firme del collar de ahorque. Caprichos que socavan las más hermosas voluntades. Obsesiones que moldean proyectos apresurados, que ponen un pañuelo embebido en cloroformo al libre albedrío. Soledades impostadas, necesidades dibujadas, pobres víctimas de un pasado poco propicio y muy triste, inmerecido. Palabras que de tan dulces empalagan, que dejan los oídos pegoteados y un regusto acre cuando se escuchan en demasía. Dependencias que obligan al independiente a la constante perfección, a la existencia libre de toda mácula. Rutinas que se vuelven dogmas, que horadan la espontaneidad y erosionan la sorpresa. Cuidados excesivos que algodonan el normal discurrir de las etapas, que taponan las lúdicas sensaciones de la experimentación en primera persona.

Y hay un momento para sentarse a escribir.

Tonight's song: Everything is (falling into place) - Kevin Johansen. Best served with: ¿una lista con lo que no hay?

sábado, marzo 25, 2006

Residencia Campos Verdes 

Lo que más la incomoda es el borde del pañal. La raspa todo el tiempo, se le clava en la piel seca y la lastima, la despelleja. Aparte nunca se lo cambian a tiempo, siempre tiene que esperar dos o tres horas hasta que se dan cuenta del líquido porque rebalsa y empieza a teñir de amarillo las sábanas.

Y la vergüenza. Porque comparte la pieza, y porque las demás no usan esos humillantes pañales. Les dan chatas, y ellas se tapan y hacen. Es gracioso verlas escondidas como patéticos fantasmas bajo las colchas, haciendo un tíntíntín pudoroso. Pero por lo menos se valen por ellas mismas.

Y esa papilla asquerosa. Coma, abuela, tiene muchas vitaminas, le dice la enfermera. Para eso, píldoras picadas y remedios que no remedian nada. Y las siete pastillas diarias en un vasito blanco, chiquitito. Ni eso puede hacer sola. Le tiemblan tanto las manos que se le caen y, si bien Gabriela no le dice nada, ella puede ver que pone cara de fastidio y las levanta. Es un amor, Gabrielita. Le hace acordar a su nieta, más ahora que hace como tres meses que no la ve. Debe estar estudiando mucho, por eso todavía no ha podido venir.

Y los olores. A limpio, a lavandina y desinfectante, a viejo, a metal y a frío. Justo a ella, que tiene una nariz tan delicada, tener que tocarle caer acá, con estos aromas pestilentes. No la dejan usar Heno de Pravia, porque dicen que le escama la piel. En vez, le ponen una crema con iodo que apesta. Es una picardía, mejor es meterse en el mar de Necochea cuando hay marea roja y dejar que el iodo natural te bañe. Pero andá a saber cuándo la van a dejar ir a la playa, si a veces ni siquiera la dejan salir al patio…

Y la televisión. Ya no ve muy bien, ni de cerca ni de lejos, pero por lo menos antes le podía pedir a Santiaguito que cambie el canal y ponga el Volver, y escuchaba las películas viejas que ya se sabía de memoria. Acá siempre tienen puesto ATC, y a veces los demás hacen tanto ruido, se ríen tan fuerte, gritan tanto que no dejan escuchar nada. Antes podía agarrar un libro y entretenerse sola, ahora le tiene que pedir a Gabrielita que le lea y le da pudor. Sabe que tiene otras cosas que hacer, no la quiere molestar. Pero es difícil estar todo el día como una estatua, viendo pasar el tiempo, haciendo nada. Se siente medio inútil, no la dejan tejer porque dicen que se puede lastimar con las agujas, no la dejan tomar su té de darjeeling porque dicen que le quita flora intestinal, no puede ni bordar porque dicen que fuerza la vista y así la va a terminar perdiendo del todo.

Y lo más irónico de todo es que cuando la despertaron aquel día para decirle que la iban a llevar a un lugar mucho más cómodo que la casa de dos pisos que compartía con su hijo, su nuera y sus nietos; aquella casa de la que conocía sólo la planta baja porque estaba muy débil como para subir las escaleras, esa mañana le dijeron "Noni, vas a estar mucho mejor cuidada, te van a atender como una reina, vas a tener todas las comodidades, toda la gente a tu disposición, y nosotros te vamos a ir a visitar todos los días". Y ella no atinó a explicarles que no precisaba mucho, que se arreglaba con lo que había en su hogar, que no hacía falta que la llevaran a ningún lado, que lo que mejor le hace al espíritu es sentirse parte de una familia, que no quería ser una carga, pero tampoco una de esas viejitas olvidadas en un geriátrico, que terminan de vivir sin pena ni gloria, que mueren por un escape de gas, o un incendio fortuito, o que exhalan el último suspiro quedo en una cama impersonal, en un cuarto impersonal, rodeadas de impersonas.

Tonight's song: Agoraphobia - Incubus. Best served with: live fast, die young.

jueves, marzo 16, 2006

El verano, según pasan los años 

Ya volvimos de las vacaciones, ya tenemos todo un nuevo año lleno de obligaciones y responsabilidades por delante, ya nos gastamos todos los días y no nos queda ni para un fin de semana en Mar Chiquita. Buen momento para no aflojar, y hacer un pequeño balance de nuestros veranos, según pasan los años.

Infancia

Te vas con tus papás a Mar del Plata. Cargan el auto, cargan el techo, cargan a los abuelos y a tu primito que siempre se acopla, y encaran la ruta. El viaje es largo, tedioso y caluroso; en el vehículo hay por lo menos cuatro individuos que no controlan esfínteres (incluyendo a tus abuelos, claro) y los asientos del Ford son pegajosos y calientes. La marca que tenés en el hombro, que siempre te dijeron que era de nacimiento, fue cuando a tu mamá se le volcó el matelisto encima tuyo. Cuando finalmente llegan al departamento, no tiene ascensor ni en pedo. Tus abuelos consideran montar una carpita en la entrada, porque no van a poder subir ocho pisos por escalera todos los días. Vos sos chiquito, así que ni te enterás de las pequeñas disyuntivas.
Hasta la playa son doce cuadras, así que todas las mañanas te untan en protector factor 80.000, te ponen la malla y a patear, negro. A esa edad todavía te pueden entretener con versitos boludos para que no mariconees al caminar, del tipo "Uno con dos, se hacen tres, camine derecho no tuerza los pies" y similares. Papá lleva la heladerita, mamá la sombrilla, el abuelo las reposeras y la abuela la última edición de Selecciones del Reader´s Digest y dos novelas de Corín Tellado. Siempre fue una cómoda, la muy forra. Vos llevás tu circunstancia, tus ojotas insufribles y tu barrrenador de telgopor, mientras tu primo te da tincazos en la nuca cada vez que pasa un Fitito.
Llegan a la playa, el mar está frío, sucio, lleno de iodo. Tu abuela, chocha: "Hace bien a los huesos, vamos al mar mi amor". Ella se para en la orilla a echarse agua con las manos, mojándose los hombros a la manera de Coca Sarli. Vos cazás el barrenador y le das sin asco. Te llevás puesta a una señora y a su perro, que seguro te ataca un tobillo. Se arma el toletole. Mientras vos te hacés amigo del can, tus viejos y la señora discuten a grito pelado la inconsciencia de traer perros a la playa. Tu abuelo no quiere terciar en la discusión, así que levanta el Clarín hasta taparse los ojos y de paso se raja un pedo silencioso, que aunque no oído, es olido por la mitad de la concurrencia.
Llega la hora del almuerzo: sandwichs para todos. Este menú se repetirá durante los 15 días, mechando choclos con manteca, pochoclos, palito bombón helado, pirulines, barquillos, manzanas acarameladas incomibles y gaseosas cola de segunda marca.
Pasás la tarde paleteando con tu primo, molestando a las chicas de la sombrilla de al lado, y apenas se levanta un poco de viento, tu mamá se queja del clima y levanta campamento. Llegan al departamento con medio kilo de arena en cada bolsillo, las bolas paspadas y los pies con ampollas. Nadie se quiere bañar, menos cuando hay que esperar que la garrafa caliente el agua. Mientras la abuela cocina, mamá lava la ropa del día y papá y el abuelo juegan al truco, apostando porotos.
A la noche van a dar la consabida vuelta por el centro. Tu mamá mira camperas en liquidación, tu papá mira cuchillos y chalecos de cuero patagónico, tu abuelo los equipos de pesca y tu abuela los adornos hechos con caracoles que rezan "Recuerdo de Mar del Plata". Vos y tu primo sólo lloriquean, hasta que los llevan a los fichines. A las once de la noche ya están durmiendo, sudando porque no hay ni ventilador, compartiendo camas marineras con los abuelos.
A partir de la noche siguiente, te clavarán con los gerontes y se irán al casino sistemáticamente. Dependiendo de cómo gire la ruleta de la vida, volverán con una caja de alfajores Havana, o volverán diez días antes porque la guita que les queda no les va a alcanzar ni para llegar a Chascomús a gas.

Preadolescencia
Como a tus viejos les quedó la guita clavada en el corralito, o les pesificaron la deuda, no van a poder ir de vacaciones a ningún lado, así que probablemente te internen en una colonia (como ir al colegio, pero sólo con clase de gimnasia y almuerzo).
El almuerzo es un sandwich de mierda (sí, se repite la variable de tu infancia), la merienda es un jugo Baggio pasado y un alfajor Guaymallén de 15 centavos, aunque en el folleto digan que "les brindamos a los chicos una nutrición completa y balanceada que repondrá las energías que gastarán divirtiéndose en nuestro complejo deportivo".
Los profesores son densos y competitivos, y se pasan más tiempo hablando de cosas de grandes que mirando cómo te sobresale el hueso de la pierna que te acabás de quebrar cuando te tiraste de la acacia del parque.
Como no te dan mucha bola, te empieza a surgir el diablo infantil y cruel que llevás dentro, e ideás nuevas maneras de torturar a seres vivos simplemente por el hecho de que sos bastante miserable encerrado en ese club. Por eso, metés gatitos recién nacidos en una bolsa y los cagan a piedrazos, bajás palomas con gomera, pinchás mariposas con alfileres y ponés cigarrillos de contrabando en la boca de los sapos "muy venenosos" que rondan en el pasto.
Lo bueno es que tenés pileta, lo malo es que tenés que pasar la revisación: tenés que estar bañado pero con el pelo seco, tenés que hacer una cola de dos cuadras para que el doctor -seguramente gay- te revise, tenés que presentar carnet y ponerte a rezar. Si pasás, transcurrirás la tarde chapoteando y cargando al que se queda afuera por piojoso, sucio, por hongos en los pies o por tener las uñas o el pelo demasiado largo.
En la pileta, el que se olvidó las antiparras tiene los ojos a la miseria, los cagones no van a lo hondo, los valientes se tiran haciendo piruetas, al gordo le canjean alfajores por una tirada bomba que moje a la guardavidas, que encima está más buena que el dulce de leche, y vos muy campante, flotando, tirándote gases submarinos que emergirán en forma de burbujas hediondas y tocando las partes de tus compañeritas más desarrolladas.
Es dentro del cálido ambiente fraternal de la colonia en que se empiezan a jugar los primeros semáforos, los primeros juegos de la botella, los primeros juegos de la copa al atardecer antes de que tus viejos te pasen a buscar. Es ahí donde por fin vas a tocar otra boca que no sea la tuya propia, o la de tu perro que te da lengüetazos cuando volvés del colegio.Es ahí que se aprenden las reglas básicas de conquista que luego se repetirán durante toda tu vida: el fachero liga minas, al feo siempre le toca verde en el semáforo o un beso en la mejilla, dado con asco, cuando la botella lo apunta. Las nenas ya son un poco más zarpadas, ya tienen tetas y las hormonas a full, así que sería bueno aprovechar eso y enseñarles "eso que me enseñó mi hermano Alejandro, que tiene 19 años y está de novio". A veces funciona.
El que nunca funciona es el padre que siempre llega una hora y media tarde a buscar al hijo. El pobre crío ya está pensando en quedarse a vivir en el club hasta que empiecen las clases, por lo que va robando enlatados de la alacena de su madre, no sea cosa de que lo encuentren seco por inanición atrás de las parrillas.
La señora que atiende en el buffet es un ogro sucio, despeinado y grasoso y seguramente habla castellano con mezcla de otro idioma desconocido. Nunca te destapa las botellitas de Coca que le comprás, los pebetes que prepara tienen un aroma extrañísimo y muy rara vez se afeitará los bigotes. No usa cofia ni redecilla, con lo cual todos los alimentos que expende contienen alta cantidad de pelos grises entremezclados en la mayonesa.
Lo mejor de la colonia, lejos, son las bellas melodías y profundas letras que aprendés, que te acompañarán por muchos, muchos años. Paso a enumerar las más conocidas piezas populares:

"La Isla de los Wittys"
En la isla de los Wittys
Trafican marihuana
La concha de tu hermana
La quiero

El padre hijo de puta
La madre prostituta
La hija tiene un novio
Pajero

Los chicos las esperan
Con pijas de madera
Para metérsela a
Cualquiera

"Breve Melodía Gaseosa"
El pedo
Sucundún, sucundún
Es un aire pasajero
Sucundún, sucundún
Que se escapa del agujero
Sucundún, sucundún
Sin permiso del portero
Sucundún, sucundún
Y que anuncia la llegada
Sucundún, sucundún
De la próxima cagada.

"Finales encontrados"
Pican pican los mosquitos
Con bastante disimulo
Unos pican en la cara
Y otros pican en el
Cuando yo era chiquitito
Me mandaron a la guerra
Como no sabía nada
Me mandaron a la
Mi hermanito toca el piano
Con el profesor Pirulo
Cuando el profesor se agacha
Se le ve todo el
Cumpleaños de mi hermana
Una chica en bicicleta
Como no tenía manos
Manejaba con las
Teeeeeeeeeerminó.

Y similares piezas incunables, de gran valor cultural y alta tasa de palabrerío soez totalmente gratuito. Verdaderamente, un tesoro del conocimiento.

Adolescencia
Te vas con tus amigos, solos, por primera vez. Consiguen un chalet derruido en la mitad de la nada, a ochenta cuadras de la playa, con dos habitaciones y un baño. Sí, lo ideal sería que alquilaran entre 4 personas, pero desgraciadamente sos un ser muy sociable y pobre, con lo cual esa edificación alberga a 13 muchachos, contando a tu primo, que se sigue acoplando. Tu vida vacacional se resume en una sola cosa: contar los minutos que faltan para entrar al boliche. Para hacer pasar el tiempo más rápido, te enganchás en actividades comunes que involucran a personas del sexo opuesto del mismo grupo etario.
Un clásico ejemplo son los fogones. Elementos indispensables para llevarlo a cabo: un cajón de manzanas; un encendedor; una noche de poco viento; un amigo que sepa tocar El Oso en la criolla; un par de porros; un equipo de mate y snacks varios, salados o dulces, para paliar el bajón.
Una vez que entrás al circuito bolichero, difícilmente conozcas cómo se ve el cielo a las dos de la tarde, dado que no ponés un pie fuera de la casa hasta pasadas las seis. Este sistema presenta cierta coherencia, ya que la guita que gastás en el boliche, probando impronunciables combinaciones alcohólicas, no la gastás en almuerzo. Menos si más de la mitad del grupo tiene un revuelto gramajo de vómito contenido en el estómago.
Llevan pelotas de todos los deportes, aunque sólo los vean por ESPN. El instinto gregario los obliga a armar equipos, cuando en su puta vida levantaron el culo de adelante de la computadora. Seguramente tendrán la mala leche de enfrentarse con un equipo de volley integrado por cuatro jugadores de la Selección Nacional y dos de la reserva del Seleccionado Italiano; con lo cual pasarán vergüenza, recibirán pelotazos a la nariz y huirán, con la cola entre las patas, a meterse al mar "para sacarse el calor" (y desaparecer, si es posible).
El cuidado del hogar temporario no se les da muy bien. Rompen dos camas marineras por tirarse a lo bestia el primer día, no sea cosa de dormir en el piso durante el resto de la quincena. El baño se tapa apenas llegan, porque todos contuvieron las ganas durante el viaje en micro. Ni hablar de la cocina, ese cementerio de voluntades truncas. Llevaron polenta, arroz y enlatados desde su casa (como si en la costa no hubiera supermercados), pero no saben cómo prepararlos. Son capaces de comer polenta cruda, antes de leer el envase. Prefieren gastar tiempo y plata en adquirir vodkas dudosos, energizantes de marca y petacas varias, que guardarán de souvenir de este verano para el recuerdo.
Los platos de la casa, que por supuesto no alcanzan para todos, se lavarán, con suerte, el último día, sólo porque cae la dueña del lugar y los obliga, bajo amenaza de llamar a la policía. Al respecto, cabe agregar que siempre hay uno que sabe cocinar y limpiar el baño porque fue boy scout, y es explotado por todo el grupo, o de lo contrario se le hará un vacío y nadie le hablará hasta que el inodoro no rebalse de materia fecal.
Hay una baranda a huevo imposible de soportar, que seguirá ahí el año entrante. Se vuelve peor cuando la mitad del grupo es muy sucio y no se baña al salir, sólo se echa desodorante a lo bestia y pretende "dibujarla". Si viene gente ajena a las amistades al chalet, se le mentirá diciendo que el olor viene "del tanque de agua de la casa de al lado, se ve que no lo limpian hace mucho". Si logran ponerla durante las vacaciones, será con una muchacha lo suficientemente borracha como para que no note el hedor, las cucarachas y los calzones con palometa revoleados sobre la desvencijada cómoda.
Se hacen amigos de gente del interior, que es chapada, curtida, cogida y posteriormente olvidada, a menos que alguno se enamore mal, con lo cual joderá durante todo el año y hasta organizará encuentros que demandan un día entero de viaje sólo para ponerla. Siempre serán recordadas como "las chicas de Rosario", "las cordobesas", "las de Venado Tuerto", "las mendocinas" y similares. Generalmente, son las mismas féminas que lograrán poner un poco de orden en la casa, bajo promesa de que ustedes, los porteños, harán un gran asado para despedirlas, cosa que nunca sucederá.
Estas vacaciones serán tema de conversación durante todo el año, rememorando anécdotas divertidas sólo para los que las vivieron, y será olvidado al año siguiente, cuando repitan la hazaña y vivan nuevas aventuras.

Adultez
Indefectiblemente, vas con tu pareja, y una pareja amiga. Sí, seguís tan rata como siempre y no te da el sueldo para irse solos, así que compartirán gastos. En esta etapa de tu vida prometés asados y los cumplís, porque ya tenés a una señora esposa o similar que te machaca las pelotas a reproches hasta que vas a comprar el carbón y las mollejas.
Aún en plan gasolero, se las arreglan para comer, casi todas las noches, en restaurantes temáticos de precios exhorbitantes y mozas exhuberantes. Recibís más de un codazo por pispear una teta indiscreta, lo que te dificulta la digestión. Ni hablar de que esa noche no la ponés ni en pedo.
Van temprano a la playa, para aprovechar el día. Las minas se echan a tomar sol, embadurnadas hasta por debajo de la malla en aceites aceleradores de bronceado que las colorearán de manera poco natural. Los flacos hacen jueguito en la arena, mironeando cuanto pavo o par de lonjas estén reposando o bamboleándose en un radio de cien metros. Para compensar un poco, se hacen los mimosos sobre la lona, manoseándose sin pudor mientras la Doña Rosa de la carpa de al lado se cubre los ojos con la última revista Gente. Llevan el equipo de mate, galletitas de agua (porque las minas creen que pueden remontar un año de comida chatarra cuidándose dos meses antes) y edulcorante. A ustedes no les importa el cuerpo, así que mientras ellas se ahogan en baba, ustedes clavan churros rellenos y bañados de chocolate. Ninguna amaga a pedir uno, porque no quiere quedar como una gorda delante de la otra. Cuando se producen para salir, mandan a espiar a los muchachos para ver qué se pone la otra, o preguntan, muy al pasar "Che, Maru, qué te vas a poner?" "Algo sencillito, si total vamos acá nomás…" Cuando tu mujer sale con el jean estropeado y la musculosa más chota, la otra tiene puesto un conchero y plataformas con brillantina. Con el moco colgando, tu mujer acusa "voy a tener frío, mejor me cambio" y se tira el ropero encima. Vos y tu amigo clavan bermudas caqui, mocasines sin medias y chombas pasteles, mezclándose con el hombre promedio de la costa.
Antes de ir a cenar, pasean por las ferias artesanales. Ustedes no pueden evitar pensar "qué manga de vagos hippones drogones ladrones". Ellas compran velas aromáticas, sahumerios hindúes, pulseras de semillas, collares de troncos, aceites corporales, esencias relajantes, sales para baño, adminículos de cocina que jamás usarán, esculturas en fósforos y cualquier cosa que carezca de utilidad.
Cuando se cansan de la playa, hacen excursiones. Conocen los bosques energéticos, el faro, el casino, el museo del fundador de la ciudad, el casco histórico, los barrios conchetos, terminan comiendo torta en alguna repostería austríaca, suiza o alemana. Estas salidas son indispensables, para comentarles luego a sus parientes "no sabés qué maravilla, el faro tiene 864 escalones, los conté uno por uno", o "gané 700 pesos en el Black Jack, hay que tener mano para esas cosas…", acompañados, por supuesto, de las fotografías correspondientes.
Cuando cae la noche y vuelven al departamento, es inevitable: ponen música bossa al mango, se despiden y van a sendas habitaciones. Entre tema y tema se escuchan un par de gemidos, y las mujeres rezan por no cruzarse en el baño cuando van a higienizarse. La misma regla se cumple cuando tienen que ir de cuerpo; la música está siempre al mango, para que no se escuchen los gases. Los hombres, menos hipócritas, festejan sus flatulencias y hasta compiten para ver quién logra mayor estruendo.
Volverán al ritmo de la ciudad más bronceados, más gordos, con la digital repleta de fotos en pareja, tomadas por la otra pareja por supuesto, y aburrirán a sus compañeros de trabajo una semana entera comentándoles los pormenores de sus alucinantes vacaciones. El año que viene, prometen irse a: 1. Brasil. 2. El sur.

Tercera Edad
Si tuvo la suficiente suerte, amarrocó lo suficiente como para bancarse un departamentito en Mar del Plata, al cual acudirá con Estela, su mujer, en marzo. Claro, antes fueron sus hijos y sus nietos, la prueba está en la comida pudriéndose en la heladera, o las hormigas en la cocina, o las cucarachas en el baño. Estela se desloma tratando de poner orden, mientras usted toma mate en el balcón y lee La Nación, porque el Clarín últimamente se convirtió en un pasquín barato.
Van a la playa apenas despunta el sol sobre el horizonte, porque usted no puede broncearse después de haberse operado los lunares esos que tenía en la espalda, y su mujer es tan blanca que no le alcanza ni con un traje de astronauta para no quemarse. A esa hora no está ni el guardavidas, así que se sientan en las minireposeras que llevaron y mientras ella resuelve crucigramas, usted otea el mar, cavilando profundamente. Tan profundamente que se queda dormido con el mate en la mano.
A las diez de la mañana están de vuelta en el departamento, y almuerzan ahí. Después de las comidas de dieta, se tiran a dormir la siesta. Vuelven a hacer todo el trayecto a la playa a las cinco de la tarde, esta vez con alguna facturita, "total, viejo, estamos de vacaciones, una medialuna no nos va a hacer mal, además cuando estás relajado la comida te cae mejor". Después de la merienda, efectuarán largas caminatas por la orilla, discutiendo el panorama mundial, parándose al borde de una cancha de tejo, o maravillándose de lo gracioso que es ese labrador que se baña en el mar, sin correa.
A las siete, como muy tarde, están bañándose. A las ocho, cenando. A las nueve, mirando la novela. A las diez, durmiendo.
Mechan un poco de excitación a la cosa cuando van al bingo, por el cual su mujer se desboca. Ganan diez o veinte pesos, que gastarán en regalitos para los chicos o novelas policiales malísimas, de esas en las que el asesino siempre es el mayordomo, de una feria de libros usados.
Esa rutina se repetirá durante los 15 días, hasta que, hartos de estar más al pedo que en la ciudad, vuelvan con soporíferas historias para compartir con sus hijos, que a esa altura del año ya están con mil quilombos de laburo en la cabeza y le prestan muy poca atención. El único que se alegra de verlos es su nieto, porque sabe que vuelven con mercadería fresca (alfajores, Havannets y un postre Balcarce de dulce de leche). Repiten por enésima vez el discursito de "ya nos podríamos quedar a vivir allá, total acá no tenemos nada que hacer", pero saben que no pueden vivir sin estarle encima a su familia, así que el año que viene volverán a pasar las mismas vacaciones.

Sea cual sea la etapa por la que está atravesando, querido lector, sepa que cualquier vacación es mejor que quedarse transpirando la camiseta en la ciudad.

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